No hay otoño feliz sin la Tardor Cultural (artículo de prensa)

El sentimiento venció a la razón en la Tardor Cultural de Vilafamés. Ese era el objetivo deseado, tanto por la organización como por los melómanos que se dejaron llevar por la musicalidad de Johann Sebastian Bach y los tres conciertazos que se llevaron a cabo en el Museu d’Art Contemporani Vicente Aguilera Cerní. Luc Beauséjour, María Espada y David Sagastume --y los acompañantes de estos dos últimos-- lo dieron absolutamente todo en esta cita europea con la música antigua y barroca. Quizá, el espíritu de María Martínez Belaire, la cabeza visible del festival castellonense, tenga una gran parte de culpa en esto. Y digo esto porque el esfuerzo desarrollado durante el año para conformar una programación de primer nivel, como lo fue esta edición, es algo que merece una tremenda consideración. Para muchos castellonenses --y no castellonenses también-- la temporada otoñal no sería lo mismo sin la Tardor Cultural. Yo mismo espero con ansias, como si de un niño pequeño en épocas navideñas se tratara, la publicación de ese cartel que nos hará disfrutar un año más de la mejor música antigua y barroca. Y es que los ingredientes para tal receta son básicos, a saber: cariño, calidad y un ambiente familiar que hace de este certamen algo singular, fuera de lo estrictamente comercial --y esperemos que esto siga así--.
Hace ya varios años que soy asiduo, como tantos otros --las caras de los fieles son ya conocidas--, a esta cita con la cultura del más alto rango y, como en cada ocasión, debo decir que ha sido un éxito, tanto por el número de personas que asistieron a las tres actuaciones programadas, como por lo demostrado por los artistas.

cantatas y clave
El último de los conciertos estuvo protagonizado por dos vitorianos que tienen mucho que decir en esto de la música: el contratenor David Sagastume, y el clavecinista Daniel Oyarzábal. Ambos interpretaron una serie de arias de cantatas de Bach con una delicadeza y una profesionalidad fuera de lo común. Y es que, como muchos saben, la combinación “bachiana” de cantata y clavecímbalo es una de las más conocidas en la historia de nuestra música. Hay que hacer memoria para trasladarnos al siglo XVIII y ver cómo a partir de 1723 se le encargó a Johann Sebastian Bach la cantoría de Santo Tomás. El compositor se propuso en aquel momento la ambiciosa tarea de componer una cantata para cada domingo y día festivo, a excepción del tiempo de Adviento y Cuaresma. De esa infinidad de Cantatas han llegado hasta nosotros más de 200. Daniel Oyarzábal ya avanzó en la programación del festival que, “las piezas que vamos a interpretar son una selección de arias y algún recitativo de estas Cantatas. Algunas de ellas son arias para alto y bajo continuo y otras están compuestas para alto e instrumentos solistas”. Obviamente las arias que pudimos disfrutar no permitieron ver en toda su dimensión lo que son y significan las Cantatas, ya que escucharemos solo una parte de cada una de ellas. Aún con todo, la belleza y factura de la pequeña selección que nos ofrecieron Sagastume y el propio Oyarzábal nos sirvió para imaginar porqué las Cantatas ocupan un puesto de privilegio en la historia de la música occidental.


certamen internacional
Como decíamos al principio, y como me corroboró la misma Martínez Belaire en persona, cada uno de los conciertos de esta edición de la Tardor se quería abordar desde una interpretación más personal por parte de los músicos. Este hecho, que a simple vista puede no tener importancia, es de un gran valor, ya que la hermenéutica, ese arte de traducir o interpretar, me parece un apartado muy interesante a tratar. Me explicaré. Como en tantos otros aspectos de la vida cotidiana, existe una dicotomía establecida a la hora de interpretar una pieza musical: la que se ciñe estrictamente a la partitura; y la que personaliza la forma de entender esa partitura. En este sentido, en la Tardor Cultural pudimos ser testigos de lo segundo. Luc Beauséjour, María Espada y David Sagastume ofrecieron interpretaciones mucho más íntimas, no tan rígidas, y con una delicadeza exquisita. Quizá fuera arriesgado, pero el público vibró con cada uno de ellos. Es por eso que nos rendimos ante este festival del que no hay que dudar, en ningún momento, de la calidad que posee. Ser uno de los certámenes que se engloban en la REMA (Réseau Européen de Musique Ancienne), no es casualidad, sino fruto del excelente trabajo que se está llevando a cabo a lo largo de estos años. Esperemos que esto vaya a más.

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