La necesidad del absurdo para evitar la pesadumbre (opinión)

Inventarse juegos, ficcionar la realidad, crear una atmósfera lúdica en torno a tu persona. De vez en cuando es necesario encarnar el papel de bufón, ser un comediante. Sonreír es gratis pero al parecer no estamos acostumbrados a ello, menos en estos tiempos en los que todo se derrumba. Asistimos cada día a un espectáculo trágico repleto de tiroteos y bombas, de asesinatos. Tampoco escapamos a las exhibiciones de estulticia máxima por parte de aquellos que, supuestamente, deben gobernar un país. Es para deprimirse, ¿no creen? No obstante, si dejamos que toda esa amargura se apodere de nuestra existencia no seremos más que fantasmas. Por esa razón, no debemos olvidarnos de la risa, de esa carcajada que estalla sin previo aviso y que nos permite liberar tensiones. En mi caso, para aplacar ese desengaño y superar esa aflicción, esta semana tuve el gran placer de ver una película con un personaje tan entrañable como absurdo, monsieur Hulot. El cineasta francés Jacques Tati creó a este hombre extravagante que protagoniza Mon oncle, cinta que se alzó en 1958 con el premio Oscar a la mejor película extranjera. Hulot es un ser patoso, un inocente que ve la vida sin esa pesadumbre y que es un clarísimo precedente de otro personaje mítico en mi filmografía como el que encarnara Peter Sellers en El guateque, de Blake Edwards. Todo le sorprende, como cuando éramos niños. Y a eso, precisamente, aspiramos todos, a volver de algún modo a la niñez. La obra de Tati ofrece luz y alegría mientras arremete contra la sociedad de consumo y contra ese ahogamiento del individuo; y todo ello gracias al absurdo, ese gran amigo mío.


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