La vida errante de un joven que huyó de toda convención (reseña)

«Yo, troglodita perteneciente a la raza de los narradores irlandeses que crearon los cuentos de hadas, iba por fin rumbo a las grandes aventuras». Esta es sólo una de tantas frases que se extraen de Buscavidas, novela de Jim Tully que publica Jus Ediciones en nuestro país con una traducción del también escritor Andrés Barba.

Es esta la historia del propio Tully, la narración de cómo, siendo joven, casi un adolescente, emprendió una vida errante, compartiendo mil y una aventuras con otros vagabundos o buscavidas, ya fuera en la carretera o saltando a los vagones vacíos de trenes de mercancías en marcha. 

Tully eligió, quién sabe exactamente el porqué —¿huir de una vida como obrero de la construcción?—, ir de acá para allá, sufriendo alguna que otra penuria —incluso una enfermedad que estuvo a punto de segarle la vida—, convirtiéndose en uno de aquellos seres anónimos y marginales de la sociedad. ¿Y para qué? A través de estas escenas sobre sus aventuras, el autor que dicen influyó en cierta forma la obra de otros escritores como Ernest Hemingway o Jack Kerouac, consigue realizar precisamente un retrato fiel de ese colectivo de la sociedad que suele permanecer oculto o que todos preferimos ignorar, personas con un pasado pero sin expectativas de futuro, supervivientes de sus propios miedos y vicios, víctimas de un sistema excluyente y demasiado feroz.

Paradójicamente, Tully consiguió imprimir algo de luz en ese mundo de oscuridad, y lo hizo a través de la esa condición de narrador de historias. Salvando las distancias, claro, estamos ante una especie de Sherezade en la época de la depresión americana, alguien que logra sobrevivir ante la adversidad a través de esas historias que se inventa sobre la marcha. En este sentido, también podría decirse que el autor de Buscavidas hace uso de la picaresca; es decir, es un pillo, y debe serlo para poder sumar un día más en la casilla de su particular periplo vital. 

En esta obra se extraen también algunas verdades, como la desgracia a la que muchos se ven abocados por esa falta de libertades que esa estructura gubernamental corrupta y sin escrúpulos genera (aun hoy). Tully prefirió esa vida errante, sin ataduras, a la quietud de una vida ordinaria, prefirió el fulgor del azar y el riesgo al aburrimiento. Pidió limosna, trabajó realizando los trabajos que pocos podían aguantar, frecuentó burdeles, fue brevemente encarcelado, protagonizó alguna que otra reyerta... La vida es salvaje, llena de peligros, es insaciable, es hermosa en su vastedad, y todo ello queda reflejado, en parte, en esta historia, la historia de Jim Tully, que se movía, como afirma en esta historia, «por el mismo ímpetu que el resto de la humanidad, sin importar clase o creencia», es decir, para «conseguir la admiración del resto de los humanos, que no son capaces de hacer, o que no se atreven a hacer, o tal vez no son lo bastante estúpidos para hacer, lo que uno ha hecho». 

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