Silencio, memoria, paisaje

A19. Memoria d'un Paisatge XIX, XX i XXI. Vicent Carda


[...] hay dos maneras de sentir aversión por el arte, Ernesto. La una, sentir aversión por él. La otra, gustar de él racionalmente. Porque el arte --como advirtió Platón y no sin pena-- crea en el oyente y en el espectador una forma de divina locura. No brota de la inspiración, sino que inspira a los demás. La razón no es la facultad a la que se dirige. Si se ama el arte, se le debe amar por encima de todas las cosas, y contra semejante amor la razón, si se le prestara atención, vociferaría. Nada hay de cuerdo en la adoración de la belleza. Se trata de algo demasiado espléndido para que exista cordura. Aquellos en cuyas vidas constituye la nota predominante, le parecerán al mundo visionarios puros [...]
Este extracto de la obra El crítico como artista, de Oscar Wilde, en la que Gilberto intenta explicar al bueno de Ernesto qué entendemos por arte, sirve perfectamente para introducir a un artista que ha logrado a lo largo de su trayectoria amar el arte por encima de todas las cosas. De ese amor incondicional brotan sus quehaceres artísticos, plasmados en unos lienzos que siempre inspiran al espectador sensaciones cercanas a lo que algunos denominan “placer visual”. Y es que la obra de Vicent Carda inspira suavidad, sutileza. No es de extrañar que sus trabajos sean un reclamo para galerías internacionales. Ayer mismo, sin ir más lejos, inauguró un nuevo proyecto en la Ververs Gallery de Amsterdam. Se trata de Memòria d’un paisatge, un trabajo que comenzó tras un viaje por esas tierras bañadas por el agua, el aire, el fuego y la tierra, Lanzarote.
Carda marchó hacia la isla para “curarse”, para cerrar el duelo de la muerte de su padre. “Fue allí donde descubrí el verdadero silencio de la tierra”, comenta. De ese silencio y de la interpretación del paisaje, “de la relación existente en la isla entre el cielo y la tierra” como bien remarca, parte este trabajo que según el propio Carda “pretende trascender más allá del encuentro común con el paisaje”. En otras palabras, Carda toma como pretexto ese “encuentro” sin buscar una referencia topográfica, una imagen conocida, “ni siquiera una referencia a las miles de guías turísticas que hasta hoy existen”, y va más allá, busca un nuevo giro con el que poder crear un paisaje surgido de su relación personal con la propia tierra.
“No hay que tomar estos paisajes como realistas, ya que todos ellos fueron almacenados en mi subconsciente para luego ser realizados en el estudio, fueron trabajados en la imaginación, quizá vividos directamente en ellos, pero realizados por mí lejos de ellos”, señala. Podría decirse que Carda inventa sus paisajes, que piensa en ellos a su manera y, por esa razón, los hace suyos. “De este modo, el paisaje no es entendido sino como un marco de construcción de la memoria o como una simple lectura del recuerdo y del paso del tiempo”, explica.

cambios
Desde la suavidad de las lonetas de algodón ahora Carda ha dado paso a la dureza de la madera. Asimismo, la mancha y el agua han sido sustituidos por la materia y sobre todo por el color, “un color que impregna la mirada”. El ojo del espectador apenas puede ver el dibujo, los vestigios de las superposiciones. Todo se intuye y se piensa, como la memoria. Las obras de este nuevo proyecto simbolizan la purificación de la limpieza, “el silencio, el gran silencio de toda la isla”. Pero eso no es todo. Existen en ellas una serie de cambios en las texturas que se hacen cada vez más perceptibles para buscar una cierta ruptura. Hete aquí la aparición de la contradicción y el juego de contrarios propios de la época contemporánea. Desierto, mar, paisaje. “Sin horizonte posible sentimos el paisaje, pero no lo vemos”, remarca Carda, quien casi sin pretenderlo ofrece una definición acertada de “la abstracción”, un concepto que liga a la perfección con el gesto inconsciente, automático pero premeditado en ocasiones, que se desliza desde la mano hasta la tela, “atravesando ese espacio de nadie (que después es de todos) entre el pintor y la obra”, mágico.
Otra de las características del proceso creativo de Carda en este proyecto vendría marcado por la seriación, la repetición de la imagen, “en este caso diría de la mancha, del color, intento explorar los límites expresivos de esa ambigüedad que encierra el propio paisaje”, explica. El paisaje que Vicent Carda encontró en Lanzarote es “ese espacio para la pérdida y el duelo, para el miedo y la duda, pero también lo es para la memoria y el recuerdo, para el reencuentro con uno mismo y con sus antepasados desde la tranquilidad y la soledad”.

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