Retazos de una vida de delirios místicos y amor (reseña)

«El hombre es un ser maleable plagado de abandonos», escribe Alda Merini y leo en La loca de la puerta de al lado (Tránsito), con la traducción de Raquel Vicedo. Y continúo leyendo:«El hombre debe traducirse en música y saber perdonar aquello que no conoce».

Dicen que Merini estaba loca. Es cierto que  ya de muy joven visitó hospitales psiquiátricos, pero yo tiendo a pensar que ella era capaz de cruzar fronteras decisivas que otros, en su «sano juicio», nunca pudieron. Así, cruzo las fronteras de la razón y de la memoria, las de la ambición y la esperanza, las del amor. Si no fuera así, hubiera sido imposible que escribiera fragmentos como los que acabo de compartir, imágenes que van más allá, explosiones de la imaginación que finalmente nos conducen a la verdad. 

Decía Ricardo Piglia en Los diarios de Emilio Renzi que «la luz de la lengua destila el oro de la poesía». Y añadía: «Ése ha sido otro rasgo de mi enfermedad, que muchos han considerado un síntoma de locura». Sirviéndome de estas palabras, diría que, efectivamente, Merini estaba enferma, que no loca, enferma de luz, de lengua, de poesía, de vida. Fue un ser rebosante de vida, como lo demuestra en este libro autobiográfico que es, en realidad, un conjunto de confesiones que parecen cogidas al vuelo, retazos de esa vida de delirios místicos, de amor profundo y desinteresado, también de dolor y angustia.

Merini tenía otras verdades que para el resto eran del todo inconexas y se oponían a «la realidad». Pero, ¿qué es la realidad? Ella era poeta, y ya se sabe que los poetas irrumpen entre la tradición y la invención, entre el orden y la aventura, para ofrecernos todos los misterios del mundo, como queda reflejado en esta obra cargada de nostalgia en el que, sin las vergüenzas propias del que se considera sensato, habla sin tapujos de su pasado, un pasado que está conformado de lugares y espacios, de paisajes, pero, y sobre todo, de amigos y amantes. Sin tapujos, sin filtros, y con un lirismo en ocasiones que resulta asombroso. Eso es así, porque el poeta siempre va delante de nosotros, Merini siempre fue por delante de todos, estableciendo con su escritura, con su poesía, con su «locura» un «vínculo mágico con la realidad», como ella misma decía. 

Ahora, nuestro cometido, el de aquellos que sabemos leer, es intentar, en la medida de nuestras fuerzas, comprender su mundo, con todo ese dolor y esa angustia, con toda esa pasión carnal y espiritual, con todo ese amor profundo por el otro y por la vida misma. Leyendo La loca de la puerta de al lado, uno se da cuenta, como ya supo ver y reflejó tan bien Piglia en Los diarios de Emilio Renzi, que «vivir en la incoherencia es algo que debemos envidiarle a los locos», porque de ese modo uno se libera de cualquier atadura, de cualquier precepto. Alda Merini fue ella misma, con todas sus consecuencias, fue fiel a ese modo de mirar y recorrer el mundo, de relacionarse con él, siendo inocente y provocadora al mismo tiempo, fantaseando, pero siendo, probablemente, mucho más consciente de todos los secretos que se esconden. Ella los vio y transmitió. 

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