Representar, con fidelidad, la experiencia de un médico (reseña)

En la era de la especialización, uno cree que para ser escritor, o intentar convertirse en uno, debe haber estudiado antes alguna carrera relacionada con las letras, o haber asistido a uno de esos talleres literarios que ahora tanto proliferan. Y sí, pueden ayudar, claro, porque uno llega a conocer los mecanismos, las estructuras necesarias para crear una historia, pero a veces con eso no basta. Para ser escritor, un buen escritor, antes debe ser uno un gran lector, un lector voraz, y amar verdaderamente la literatura, el lenguaje, la palabra.

Hay un listado extraordinario de autores que ejercieron, también, otra profesión, muy alejada a la de la escritura. Banqueros o médicos, por ejemplo, burócratas, funcionarios, policías... Precisamente, la lista de escritores que también fueron médicos es larga: Conan Doyle, Chéjov, Somerset Maugham, Céline, españoles como Baroja y Marañón... Ah, y William Carlos Williams, claro está, de quien Fulgencio Pimentel ha publicado este año Los relatos de médicos, un compendio de los escritos que el poeta norteamericano, célebre por obras como Paterson, realizó a lo largo de su carrera y en los que plasma, de un modo cercano, los quehaceres de su profesión a través de personajes cotidianos, con problemáticas reales, gentes sencillas que ofrecen una profunda mirada sobre la honestidad de la propia vida.

¿Qué puede uno extraer de estos relatos? El arte de narrar, que no es poca cosa. Y es que no es fácil poder escribir una historia en la que todo resulte verídico, en la que no encontremos artefactos que resulten impostados. Williams supo narrar la vida que tenía ante sus ojos, su vecindad, sus preocupaciones más directas, hasta el punto de compartir testimonios  de su profesión pero sin caer en lo efectista, sino con concisión e integridad, incluso me atrevería a decir que con bondad, a pesar de las dificultades, de los casos que puedan complicarse, de los malos diagnósticos que puedan emitirse o de las dudosas prácticas que se lleven a a cabo. Porque, en el fondo, y eso Williams lo sabía muy bien, todos somos humanos, y ser humano es caerse constantemente, fallar, pero es, también, esforzarse, recuperarse.

Muchos de los textos aquí presentes son casi como anotaciones, apuntes que muy probablemente tomara el autor en alguno de sus descansos de su faceta como pediatra y médico de familia. Es por ello que uno encuentra en ellos una escritura mucho más ligera. No hay que olvidar que un autor no es el mismo dos veces, no puede serlo. Cada género precisa de un registro distinto, una actitud distinta, y en estos relatos hallamos a un William Carlos Williams más realismo, o un realismo mucho más realista —parece una perogrullada, pero creo que tiene sentido—. Sus poemas siempre estuvieron teñidos por esa precisión de la imagen y ese lenguaje claro, y aquí observamos esa misma fórmula e intencionalidad, pero más evidente —hasta cierto punto campechana en alguno de los textos, no en todos—. Grata recuperación la que ha llevado a cabo la editorial riojana con traducción de Eduardo Halfon y César Sánchez, pues nos devuelve a un autor que representa con fidelidad la experiencia. 

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