Las andanzas y semejanzas de Eduardo Lago por México (reseña)

Palmeras de la brisa rápida: un viaje a Yucatán es un libro de crónicas de viaje ya icónico firmado por Juan Villoro y que fue publicado en 1989, aunque hará unos seis años se tuvo a bien de recuperar para conquistar a nuevos lectores, como yo. Fue a raíz de esa nueva edición, a cargo de Altaïr, que pude conversar con el periodista y escritor mexicano, un maestro de la crónica, quien me dijo que «hoy en día los viajes difícilmente son epopeyas de exploración o descubrimiento de un territorio». 

Esto es así, no lo vamos a negar, porque «el mundo ha sido conocido casi en todo su detalle, salvo algunos lugares del fondo del mar, y resulta muy difícil hacer un libro de viajes que sea una aventura».  Dicho de otro modo, ese espíritu aventurero, propio de los románticos, ha perdido fuelle. De ahí que, como me explicaba Villoro, « lo que nosotros podemos hacer como cronistas hoy en día es convertir lo diario en una aventura a través del estilo narrativo». Y eso es, precisamente, lo que hizo Eduardo Lago cuando decidió anotar los quehaceres diarios de su periplo por Yucatán y Chiapas a principios de los años 90, unas anotaciones que se convirtieron en un libro que ahora, veinte años más tarde, la editorial gaditana Firmamento ha rescatado con un nuevo prólogo firmado por el propio autor.

Si de algo rebosa Lago es, a mi modesto parecer, de estilo narrativo, un estilo marcado por la tradición estadounidense pero que se ha visto enriquecida, y de qué manera, por su léxico y por uso del lenguaje. Lago es un narrador innato, un observador extraordinario y atento, y alguien que, como se demuestra en este Cuaderno de México, posee un gran sentido del humor —no hay más que apreciar las descripciones de algunos de los personajes que desfilan por esta especie de dietario—.

A pesar de que es difícil hacer un libro de viajes que sea una aventura, he de reconocer que sí me siento formar parte de una, aunque su muestrario de heroicidades no sea, precisamente, abundante —no tiene por quéNo obstante, cada decisión tomada al vuelo, improvisada, sobre los lugares que visitar, los restaurantes dónde comer y hoteles en los que poder descansar ejemplifican, en ocasiones, un ejercicio propio de los mayores gestas. Y es que no hay nada que ponga más a prueba nuestra paciencia y cordura como un viaje por territorios ignotos (o casi).

La lectura de este Cuaderno de México supone un sucinto placer, gracias a las semblanzas y monólogos interiores que el propio Eduardo Lago comparte con el lector y donde se muestra sincero, cercano. Es por ello que esta especie de crónicas exprés logra contagiar al lector de cierto espíritu inquieto —en el buen sentido—, evadiéndonos o rescatándonos más bien de la monotonía. Estamos, por tanto, ante una combinación de información y emoción, repleto de ironías que provocan una sonrisa sincera y donde Lago se toma muy en serio todo cuanto ve y comparte a través de la narración. Dicho esto, uno disfruta, se sumerge de pleno en los vaivenes y peculiaridades de sus andanzas, y se convence de que la literatura es verdaderamente un viaje en sí misma.  

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