Desesperación y tristeza, conflicto y venganza (reseña)

«El mundo teme a aquel que llora», escribe Stig Dagerman en las primeras páginas de su novela Niño quemado (Nórdica). Diría que en esa frase se encierra el verdadero significado de la obra y, también, de la propia vida del escritor y periodista sueco, quien llegó a confesar que «la necesidad de consuelo que tiene el ser humano es insaciable» en un breve pero extraordinario escrito que publicó en 1952. Dos años más tarde, se quitaría la vida encerrándose en el garaje de su casa y encendiendo el motor de su coche. ¿Por qué razón?

¿Era Dagerman consciente de que vivimos al borde de un abismo, que la oscuridad siempre está presente, acechando? Si uno lee los artículos que publicó cuando viajó como reportero por la Alemania bombardeada tras la II Guerra Mundial y por los campos de concentración —recopilados en su obra Otoño alemán (Pepitas de Calabaza)—, no tendría duda de que así era. Él vio el horror que el ser humano es capaz de protagonizar. Ante eso, difícilmente puede uno escapar, olvidarse de esas imágenes virulentas, de llanto y miseria.

Dagerman publicó Niño quemado en 1948, y en ella realiza un giro en su forma de abordar la narrativa, abandonando cierto carácter simbolista para abordar una historia mucho más realista, si bien, creo que pueblan en ella los mismos fantasmas que en sus obras anteriores: la desesperación y la tristeza, la incomprensión, el conflicto...

Un hijo y un padre, una madre fallecida de forma repentina, un funeral, un vacío. Dagerman presenta una historia de tensión constante, donde la rabia está muy presente, el afán de venganza, pero también la pasión, casi enfermiza. El hijo llora desconsolado la muerte de su madre, a la que echa en falta, a la que no puede ni quiere olvidar. El padre prefiere pasar página y abandonarse en los brazos de otra mujer, una amante. Aparece el odio del hijo hacia el padre, odio por no respetar la figura de su madre, su recuerdo, por haberla engañado, por ser simplemente un padre que no le comprende, que no entiende su sufrimiento. Odio del hijo hacia esa amante, a quien no quiere ver, a quien repudia. Odio del hijo hacia su propia prometida, a quien no ama en realidad, cuya fragilidad detesta.

Poco a poco, Dagerman va tensando más y más la cuerda, y provoca en el lector una sensación profunda de congoja. En algún momento, todo explotará, todo se derrumbará, ¿pero cuándo? El hijo finalmente conoce a la amante del padre, la escruta con la mirada, la enjuicia y quiere vengarse del padre haciéndola sentir incómoda. Lo que no sabe el hijo es que todo intento será en vano, pues esa particular vendetta le irá sumiendo poco a poco en una obsesión por esa mujer, hasta el punto de enamorarse febrilmente de ella. Es entonces cuando todo su mundo se viene abajo, su moral se ve perturbada y él cae, cae hasta verse despojado de todo su ser. ¿Habrá posibilidad de redención?

Niño quemado es una novela que provoca cierta angustia, triste, pero que revela cierto candor sobre la fragilidad del ser humano. Bellamente escrita, uno no la olvida.

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