El "jinetito" polaco

No se asusten. Esto no es una copia barata de la fantástica novela de Antonio Muñoz Molina, El jinete polaco, no. Tras mi paso por tierras venecianas me dirigí al país de un personaje petulante, altanero y ciertamente inmaduro. Amante de lo extravagante, lo folklórico y lo inacabado. Pero no por eso debemos caer en la tentación de tildarlo de alocado. Fue una persona sencilla, lo cual nos deja entrever una gran complejidad en su mundo, lleno de contradicciones propias del mundo post-moderno. Hablo de un ser liberal e individualista, que creó un estilo propio hasta tal extremo que en su caso podríamos hablar de: “el estilo es el hombre”. Me refiero a mi querido Witold Gombrowicz.
Viajé a Polonia para obtener una mirada subjetiva de sus gentes. La impresión que me llevé fue sorprendente. La amabilidad hacía acto de presencia en cada rincón. Algo que puede resultar extraño si uno se detiene y reflexiona sobre la historia contemporánea del país del autor de Ferdydurke. Mucho dolor hubo en estas tierras. Los campos de concentración más famosos que levantaron los alemanes recordemos que fueron aquí. Me dan escalofríos tan solo pensarlo. Pero bueno, dejemos a un lado esta imagen tan desoladora y centrémonos en el resto de sensaciones vividas durante los seis días que me perdí junto a mi hermana y un grupo de amigos en La jungla polaca (título de un libro del célebre periodista Ryszard Kapuściński, que retrata la Polonia de la década de los años 70, muy recomendable). De entre las tres ciudades visitadas, me quedo, al igual que los propios polacos según pude constatar, con Cracovia. Una ciudad viva en la que se palpa la cultura por sus calles empedradas y que sirve como motor creativo del país (al menos, eso pienso yo). Pese a que la mayoría de sus edificios son de construcción soviética (es decir, horrorosos), tiene algunas casas de finales del siglo XIX y principios del XX que evocan aquellas épocas en las que las reuniones intelectuales en los cafés, los agradables paseos a caballo y los respectivos saludos cordiales entre ciudadanos de a pie, eran una constante que por desgracia se ha perdido hoy día. En Cracovia, aún hay algo de esa esencia. Por poner un ejemplo, me encontré en la zona céntrica del Stare Miasto, una de esas pequeñas alegrías que vienen personificadas en forma de librería. Hablo de la Librería Española. Un local en el que poder encontrar obras en español de autores polacos, además de manuales de traducción polaco-español, y otras lecturas de diversos artistas del mundo. No pude resistirme y compré una obra de Gombrowicz, Trans-Atlántico, en la que el autor ofrece una mirada sobre Polonia desde Argentina. Como podrán imaginar, leer sobre Polonia, por medio de un autor polaco, en la propia Polonia, fue maravilloso. Y para más inri, no pude contener la tentación de buscar un cedé de jazz del pianista polaco Marcin Wasilewski. Era una necesidad imperiosa.
Varsovia, capital del país, es a mi parecer demasiado grande y con contrucciones demasiado modernas, que rompen un poco con el esquema de la ciudad antigua. Aunque recordemos que fue práctimanente destruida durante la II Guerra Mundial. El ambiente cultural que mencionaba de Cracovia, aquí no lo sentí. Quizás fuera el cansancio. Me quedo como es obvio, con el casco antiguo, repleto de casas pintadas de diferentes colores, y en el que pude disfrutar de cinco minutos de un concierto de jazz que ofrecían en la zona de la Rynek Starego Miasta.
De Poznan, decir que tuvimos tan solo una tarde para poder callejear, por lo que no puedo decir mucho. Eso sí, el casco antiguo también resultó muy agradable de visitar.
En definitiva, Polonia me gustó, y mucho. Animo a todo/a lector/a a que visite el país de Chopin, Marie Curie, Copérnico... Aby wyświetlić znajomych!!!

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