Inquietante novela sobre la presencia de la muerte (reseña)

En más de una ocasión, de poco o de nada sirve intentar explicar el contenido de un libro. ¿Qué destacar? ¿Por qué merece o no la pena leerlo? Hay títulos que resultan extremadamente complicados porque sus palabras penetran en nosotros, hasta situarse en algún rincón del subconsciente, instalándose allí, rozando y transformando nuestro pensamiento. Esas palabras, como digo, permanecen allí, como un motor sincopado, cuya ligera vibración va despertando en ti sensaciones contrariadas. Es entonces cuando sabes que aquello que has leído, con sus sílabas imperiosas, su temblor y su fuerza narrativa, es algo difícil de olvidar, como difícil es de olvidar Asesinato, obra de la autora francesa Danielle Collobert que se publica por primera vez en castellano gracias a La Navaja Suiza Editores, cuyo atrevimiento y riesgo a la hora de seleccionar sus títulos es, simple y llanamente, espeluznante.

Poco, o muy poco se sabe de esta escritora y poeta que decidió quitarse la vida el mismo día que cumplía 38 años. Al menos, poco, o muy poco, sé yo, si bien tras la lectura de esta «nouvelle» segmentada, compleja e intensamente lírica y enigmática, quisiera profundizar más y más de Collobert, quien gracias a la figura de Raymond Queneau, pudo ver publicada esta obra que ahora nos llega y nos vapulea.

Asesinato ofrece una escritura fragmentada, una confusión constante en la voz del narrador, que en un principio creemos que es un hombre y sin darnos cuenta se transforma en una mujer, dejando perplejo al lector, desubicándolo —nunca se menciona un lugar concreto, una ubicación—, pero nunca perdiendo su interés por una acción que poco a poco va descubriendo ese mensaje críptico de la autora, quien versa sobre la muerte, la presencia constante de la muerte, de la facilidad innata que tiene el ser humano por elegir la destrucción.

Cada párrafo es como un flechazo, gracias a imágenes espeluznantes, algunas de ellas empapadas en sangre, perversión y soledad, y gracias también a esa estructura que no llegamos a definir del todo, pues bien podrían ser cuentos cortos o poemas en prosa —son como fogonazos por su carga simbólica—. Existe un desasosiego constante, una sensación de peligro que acecha, y eso no deja indemne al lector, quien se impregna de esos llantos acallados, esa incipiente locura, ese lamento brutal. Y es que existe en estas páginas una ruptura moral y física, quién sabe si incluso un acercamiento a la locura de un mundo que se muestra cruel e incongruente y que sigue siendo para muchos un lugar terrible.

Impactante novela, sin duda, cuya traducción no ha sido tarea fácil como bien reconoce Pablo Moíño, autor de la misma, en un epílogo que, en mi modesta opinión, es un valor añadido al hacernos ver la complejidad de esta autora cuya experimentación se basó siempre en transgredir los límites de la propia literatura.  

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