Un relato sutil sobre los horrores del «gran terror» (reseña)

¿Cuánta perversidad es capaz de demostrar el ser humano? Somos atroces, monstruos salvajes que no muestran compasión, idiotas, como hemos demostrado a lo largo de los siglos en todos y cada uno de los conflictos que han derramado litros y litros de sangre, que han provocado un llanto imposible de acallar. Cuántas lágrimas derramadas, cuántas vidas sesgadas. Cuánto odio absurdo.

El ser humano es un animal violento e insolente, fruto de su inseguridad, fruto, también, de su afán de poder. Demasiadas filas de muertos ha provocado, demasiadas miserias, ¿y para qué? La verdad es que no lo sé, como tampoco sé de dónde surge esa capacidad de aguante y de resistencia que demostramos ante el horror, además de esa conformidad y resignación que únicamente nos conduce a la esclavitud del alma. No lo sé. Quizá por ese no saber, siga suspirando cuando leo un relato que narra esa barbarie, esa inútil incongruencia que es la guerra y sus consecuencias.

Inmersión (errata naturae), de Lidia Chukóvskaia es un relato aparentemente anodino. Anodino en cuanto a que la acción transcurre en una especie de residencia en pleno campo, alejada de la asfixiante Moscú de la era de postguerra —de la II Guerra Mundial— y del férreo comunismo de Stalin. Una escritora y también traductora, Nina Sergeievna, ha tenido la fortuna de ser «premiada» con un mes de descanso en ese centro bañado por la nieve blanca y perfumado por el olor de los bosques finlandeses. Viaja allí para poder trabajar con tranquilidad en su última traducción, y allí compartirá estancia con otros «huéspedes» privilegiados a los que la Unión de Escritores les ha concedido la misma suerte. Hasta aquí, todo sigue un curso medianamente normal, con su régimen de dietas y paseos, con sus horarios marcados y sus conversaciones vacuas. Pero Nina Sergeievna poco a poco saca a relucir el dolor silenciado por la desaparición de su marido, enviado al Gulag e incomunicado. 

En cada página, Chukóvskaia, a través de Sergeievna, nos habla de la censura, del totalitarismo y la tiranía de una política que desencadenó lo que hoy día conocemos como la época del «gran terror» de Stalin —se sabe que en el momento culminante de la represión estalinista, de 1937-1938, en la URSS se practicaron 2,5 millones de detenciones, y entre 1921 y 1953 se fusiló por motivos políticos a 800.000 personas—. Con gran sutileza y delicadeza, la autora rusa se atreve a compartir la injusticia de la máquina represora, pues a través de sus recuerdos, y de los recuerdos de uno de sus «vecinos» en esta residencia de descanso, nos habla del Gulag,  de las cárceles, los deportados y, sobre todo, de los muertos.

Profundas palabras e imágenes, silencios enigmáticos, dolores muy presentes, susurros que son un canto a la tristeza de la guerra... Es esta una novela que conmueve. 

Comentarios

Entradas populares