El texto confesional de una escritora olvidada, borrada (reseña)

«Las terribles consecuencias que tiene la palabra humana en Rusia le confieren una fuerza especial», escribió Aleksandr Herzen. Lidia Chukóvskaia recuerda estas mismas palabras en Crónica de un silencio (errata naturae), obra que podría considerarse un texto confesional, un ensayo, una suerte de memorias o, incluso, una obra de ficción, en tanto que todo cuanto narra la autora de San Petersburgo parece imposible que tuviera lugar, que fuera real. No obstante, sabemos que la realidad supera con creces y en demasiadas ocasiones a la pura fantasía.

Existe un dolor insondable en el relato que comparte Chukóvskaia, un dolor provocado por el desengaño y la vergüenza que siente hacia algunos de sus compatriotas, hacia su comportamiento y cobardía por callar y olvidar a los torturados y los muertos del régimen estalinista. Los burócratas negaban (por miedo o férrea convicción) lo evidente: no existió barbarie ni represión, tampoco censura. Ya se sabe que no hay cabida para el mal y el diablo en el paraíso, en esa sociedad perfecta; o eso querían demostrar los miembros de la intelligentsia que seguían a rajatabla los dictados marcados por el Kremlin. Así, todo aquel que se saliera del rebaño era considerado enemigo del pueblo y, por tanto, «dejaba de existir».

Lidia Chukóvskaia dejó de existir en vida para la Unión Soviética. Su obra fue retirada de todas las bibliotecas, sus títulos eliminados, su nombre borrado de todas aquellas publicaciones en las que participó. Su defensa contra las injusticias cometidas, su apoyo a los disidentes y su respeto hacia la obra y la figura de ilustres como Solzhenitsyn y Sájarov le valieron la expulsión de la Unión de Escritores y, por ende, el ajusticiamiento de colegas y conciudadanos. La autora fue otra víctima de la inmoralidad de un sistema que quiso a toda costa evitar el recuerdo de un pasado que, pese a sus reticencias y ocultaciones, existió y que existe. «Qué mentira tan vulgar es esa idea de que recordar y llorar a los muertos significa reabrir las heridas. En realidad, las lágrimas y el recuerdo son el único medio que conoce el ser humano para curarlas», escribe Chukóvskaia en esta crónica incisiva y clarividente del proceso de descalificación que sufrió en sus propias carnes. Esto mismo podríamos trasladarlo a nuestro país o a cualquier otro que haya padecido la opresión de un gobierno autoritario, y al igual que la escritora de novelas emblemáticas como Sofia Petrovna o Inmersión, amiga íntima de Ajmátova e hija del famoso escritor para niños, traductor y crítico Kornéi Chukovski, siempre queda la palabra, puesto que «pronunciar unas palabras de aflicción sobre un difunto, ya sea muerto por causas naturales o asesinado, no significa ‘echar sal a las heridas’, sino verter lágrimas saladas sobre ellas y limpiarlas». 

A Lidia Chukóvskaia se le prohibió publicar, pero nadie pudo nunca prohibirle que dejara de escribir. Y a eso se dedicó en cuerpo y alma, pese a sus dificultades físicas y anímicas, el resto de su vida. Valiente, honesta, fiel a sus convicciones y siempre comprometida con la verdad, con la palabra, Chukóvskaia es todo un ejemplo de resistencia, de pasión y pulsión literaria.

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