Visitar a los enfermos como pretexto para volver a la infancia (reseña)

¿Qué es la infancia, sino un Edén? Aunque a veces resulte violento, ese periodo, que es la niñez, es un conjunto de ensoñaciones, un estado en el que el tiempo se dilata, donde no existe la incertidumbre. La infancia es un universo simbólico que evocamos de cuando en cuando, siendo ya adultos, con un aire nostálgico, para afirmarnos en nuestra inocencia. Es, también, una época de iluminación y de revelación, el inicio de un aprendizaje que nos marca para siempre, pues poco a poco se van abriendo las puertas tras las que se esconden los terrores de un mundo que pensábamos era sensible e indulgente y que se muestra violento e incongruente. 

Nadie puede explicar exactamente qué ocurre dentro de nosotros cuando abandonamos la infancia, de ahí que resulte un ejercicio muy complejo intentar articular esa época de nuestras vidas sin caer en la tentación de edulcorar cada detalle o recuerdo. En este sentido, Vicente Valero ha logrado, o está en proceso de lograr más bien, revertir ese ejercicio de desmemoria que todos y cada uno de nosotros llevamos a cabo cada año que pasa. Si en Los extraños (Periférica, 2014) se proponía indagar en las vidas de algunos de sus familiares, gente que había sido borrada de su experiencia más directa, y en Las transiciones (Periférica, 2016), versaba sobre la amistad y el paso de la infancia a la adolescencia, ahora se sirve de algo tan singular como inusual en la actualidad, como es visitar a los enfermos, para capturar algunas de esas experiencias de la infancia, de su infancia.

Enfermos antiguos, que así se titula su nueva novela, se sirve de esas visitas a los convalecientes que realizaba con su madre para trazar una serie de historias paralelas de personajes variopintos. Así, entre consultas médicas, caldos y reposo, discurren las vidas de personas que son más de lo que parecen a simple vista, teniendo en cuenta que detrás de cada nombre hay una historia, y que cada historia es un cúmulo de experiencias, una colección de victorias y derrotas emocionales. Todos estos relatos que se entremezclan sirven —le sirven a Valero— para rememorar su propio pasado, pero también para reflexionar sobre el contexto social y económico de la isla de Ibiza, su lugar natal, en las postrimerías del franquismo, cuando el turismo era aún incipiente y los convencionalismos (políticos y religiosos) marcaban el día a día de la sociedad.

Existe en estas páginas esa carga poética propia de este autor que es, ante todo, un poeta, una emotividad impregnada de añoranza. Asistimos, con esa elegante prosa que pocos autores como Valero plasman sobre el papel, a un relato confesional, un viaje iniciático hacia esa otra etapa de nuestras vidas en la que las certezas pueden llegar a disgustarnos pero a las que irremediablemente nos dirigimos.

Nunca hubiera imaginado que ese ejercicio —tedioso a la par que extraño— de visitar a los enfermos pudiera dar rienda suelta a este despertar de la memoria, a recuperar fragmentos de un pasado para reflexionar sobre el mismo. Una vez más, la cadencia y el dominio del lenguaje de Vicente Valero me impresionan. 

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