La gracia de crear y reírse en el país de la seriedad bestial (reseña)

A veces creo que uno podría dividir su vida, y analizarla, a través de las lecturas que ha realizado, de los autores que ha ido descubriendo y disfrutado, incluso odiado. Hay libros para cada periodo vital, eso está claro. El estado de ánimo o las inquietudes del momento procuran que nos decidamos a explorar algunos de esos universos imaginados, de forma casi inconsciente, por intuición. Así, achaco a un sexto sentido o pálpito el abandonarme en brazos un autor alemán que está llamado a ser uno de los inmortales de mi lista de preferidos de todos los tiempos: Gregor von Rezzori.

Aunque aquí en España la editorial Anagrama había publicado algo de este personaje singular, irónico y entrañable, este apátrida genuino y abogado del diablo, ser políticamente incorrecto y adorable, no fue hasta que Sexto Piso publicó Sobre el acantilado y otros relatos que me quedé perplejo con la narrativa de este gentilhombre. Luego sentí la necesidad imperiosa de leer Edipo en Stalingrado —editado con anterioridad— y la perplejidad se tornó en un amor profundo que se consolidó, y de qué manera, con la publicación de la magna obra de Rezzori, La muerte de mi hermano Abel. Todos estos libros, he de decir, traducidos por José Aníbal Campos, quien lleva cerca de una década dedicado a «recuperar» a un autor que la crítica oficial alemana denostó. Sin embargo, esta es una de esas historias con final feliz, y Rezzori es para muchos de nosotros aquí en España —gracias a Aníbal— un autor fundamental hasta el punto de descorchar botellas de champán con cualquier novedad concerniente a su trabajo. No es de extrañar, por tanto, que con la aparición este mismo año de Caín. El último manuscrito, bailáramos frenéticamente hasta altas horas de la madrugada.

Existe la pregunta de si Caín es una continuación de La muerte de mi hermano Abel o bien una pieza literaria independiente. Yo diría que es ambas cosas, si bien hay necesidad de leer la primera para comprender que se trata, en palabras de su traductor, «de la extraviada carpeta C de aquel Abel conformado por tres carpetas, 'Pneuma', carpeta 'A' y carpeta 'B'». Lo cierto es que la lectura de Caín es, digamos, fragmentada. Hay ideas, apuntes, notas… Es el guion cinematográfico perdido de Aristides —el protagonista de La muerte de mi hermano Abel—, el guion ansiado por el productor Heinz Wohlfahrt. Rezzori vuelve a «jugar» aquí con el lector, ya que la narración «troceada» de recuerdos y perfiles le sirve para confeccionar la obra en sí. En otras palabras, lo narrado construye poco a poco el libro. Esa es su gracia. Esa y el hecho de que el autor alemán no deje títere con cabeza una vez más en esta novela al mostrarse incisivo (aunque con su particular sutileza humorística) contra la religión católica, contra el estado clasista de una Alemania de esencia pequeñoburguesa, contra los intelectuales, contra la mentalidad alemana… Realiza una purga en toda regla. Hay, como en toda la obra de Rezzori, pasajes memorables. Un diez sobre diez, claro.

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