William H. Gass y la genuina desesperación existencial (reseña)

¿Qué puedo buscar yo, como lector, en la literatura? ¿Qué puedo esperar encontrarme en la literatura? A ambas preguntas puedo responder con la misma palabra: asombro. En el momento de adentrarme en un nuevo libro, en una nueva historia, mi único deseo es asombrarme, quedarme perplejo ante aquello que ven (leen) mis ojos, ya sea por la propia historia que me están contando, o por su forma. No puedo permanecer ajeno al estilo y la forma, a la destreza narrativa, a la riqueza del vocabulario o capacidad para generar imágenes donde nos las hay. 

Tampoco puedo permanecer ajeno al juego que muchos autores practican con el lenguaje y su estructura, rompiéndolo, descomponiéndolo, transformándolo.  Explotar las posibilidades del lenguaje, esprintar con la lengua, me parece uno de los actos más enriquecedores que existen a nivel intelectual, pues el lenguaje es un ente cambiante, que evoluciona y que no puede permitirse ser hermético. Son pocos, sin embargo, los autores que se atreven a realizar tales prácticas. En la literatura norteamericana encontramos a algunos de estos taumaturgos, como los William Gaddis, John Barth, Robert Coover, Thomas Pynchon o un William H. Gass que por fin podemos volver leer en castellano gracias a una editorial novel que, lo auguro, va a darnos más de una alegría: La Navaja Suiza.

Gass simboliza el polo opuesto a todos esos escritores que prefieren contar cosas sin importarles el cómo, lo cual puede contrariar a más de un lector ya que en algunos de los relatos que aparecen en En el corazón del corazón del país no ocurre nada en realidad (ocurre todo en realidad). El estadounidense se encarga de eliminar cualquier trama y eso asusta. 

En ese «no pasar nada» existe una destreza asombrosa en cuanto al lenguaje se refiere y a cómo Gass genera unas imágenes poderosísimas. Nunca sabes lo que vas a encontrar en los relatos de este libro, tan solo puedes dejarte llevar por una prosa que lees y no acabas de creerte, una prosa repleta de metáforas extraordinarias que, de algún modo, llegan incluso a encogerte el estómago. 

En estos textos William H. Gass versa sobre la soledad, sobre la naturaleza (perversa) del ser humano, describe de forma genuina la desesperación existencial, y ante eso uno no puede permanecer indemne. Gass es, de hecho, un virtuoso a la hora de conformar esas extrañas texturas emocionales fruto de la contradicción incesante que se desarrolla entre el estilo y el sujeto, entre la tensión y el humor, lo inofensivo y lo obsesivo, lo accidental y lo inevitable, la vida y la muerte. 

El libro de Gass es complejo, muy complejo, pero tiene fragmentos que son puro arte —para mí, el relato «La Señora Ruin» es extraordinario, todo él—. Estamos ante una obra que es literatura de verdad. ¿Es un riesgo publicar a William H. Gass? Por supuesto que sí. ¿Era necesario traducirlo de una vez y publicarlo? Sin duda. 

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