‘Nog’, una huída deliberada (¿psicotrópica?) de la realidad (reseña)

Hay libros que son un verdadero despropósito, un despropósito subyugante. Son un frenesí que te arrastra con una potencia extraordinaria, libros que te vapulean hasta dejarte KO. En algún momento de su lectura, la historia te permite respirar y en ese impás alcanzas a preguntarte qué narices estás leyendo, qué es eso que tengo entre manos y que no sé cómo explicar. Nog es uno de esos libros.

Rudolph Wurlitzer es el autor de esta novela —su primera novela—, que es un ejemplo perfecto de la novela llevada al límite. La jovencísima y (bendita) loca editorial Underwood nos brinda ahora la posibilidad de sumergirnos en esta pieza esencial de la literatura de los años 60, una novela que sigue la estela de la contracultura, que está impregnada de drogas, sexo y sinsentidos. La historia podría ser la típica historia de un hombre que busca definir su vida, encontrarse en el mundo, saber qué papel interpreta en un teatro que es del todo absurdo. Pero narrar tal cosa y hacerlo de una forma tan sencilla como la que acabo de explicar no es algo propio de Wurlitzer. Ahora lo sé.

En Nog todo es extraño, del todo inconexo. El protagonista va y viene, hace y deshace, narra y no narra sus peripecias, creando así una novela nómada, ruidosa, al tiempo que cargada de imágenes portentosas. Todo resulta extravagante, inquietante y seductor. Todo es caprichoso, alucinógeno. Es este un viaje que recuerda al viaje de Ulises, ese retorno a Ítaca, porque existe un héroe que intenta volver a algún lugar, un héroe que también quiere liberarse de su propia vida, pero existe el miedo, y las dudas, y es por ello que la historia avanza a trompicones, con saltos en el tiempo, del pasado al presente y viceversa. Nuestro héroe rememora escenas, miente además sobre sus propios recuerdos, busca unos nuevos. Y uno se pregunta por qué, y la respuesta le puede llegar a encontrar en la misma extrañeza que sentían la mayoría de los jóvenes en esa década sixties en la que tomaron conciencia de la hostilidad del mundo, de su violencia y su maldad.

«No es que la naturaleza se volviese loca antes que el hombre, es que el principio de la vida es fabricar cascarones», escribe Wurlitzer en esta obra que parece ser el producto de una travesía psicotrópica, un momento de abandono o de ansiada huída de la realidad. De ahí que todo nos parezca una (bendita) locura, de ahí que este autor se nos antoje un visionario, un arquitecto de la conciencia humana más sensible —a pesar de servirse de esa realidad estupefaciente—.

Quizá no hayan entendido nada de lo que aquí he escrito. Intentar descifrar esta novela resulta complejo. De todos modos, sí puedo asegurar que esta historia de pulpos fraudulentos, mucho sexo sin preaviso y algún que otro trastorno mental, mueve algo en tu interior, resuena de una forma continua. Ah, y asombrosa (como casi siempre) traducción de Rubén Martín Giráldez

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