Relatos viscerales de belleza sorprendente y gran talento (reseña)

Para según qué cosas, la razón suele elevarse por encima del instinto. Hay ocasiones en la literatura en las que uno necesita ser calculador, cerebral, para no abandonar su zona de confort o bien para enfrentarse a una historia del modo más preciso posible. Así se construyen los artefactos literarios, algunos de ellos pueden considerarse auténticas obras maestras, otros, por el contrario, se convierten en intentos fallidos por demostrar una destreza narrativa que más bien son un ejercicio de ampulosidad que, de veras lo digo, más de uno podría ahorrarse para evitar caer en ese territorio tan peligroso de la vanidad.

Hay novelas, o libros de relatos, o poesías, que son puro ejercicio intelectual, lo cual está muy bien. Esas lecturas suponen un auténtico reto, incluso para el lector más avezado. Confieso que no pocas veces he ido yo a su encuentro, puesto que de todo se aprende. Sin embargo, hay obras que resultan demasiado cargantes por barrocas, en cuanto a su estilo y lenguaje. Son, dicho de otro modo, una demostración innecesaria de conocimientos varios o pavoneo. Por el contrario, hay obras que supuran literatura de una forma natural y te noquean. De este pan y de esta guerra (Contrabando), de Jesús Zomeño, es una de esas obras.

El presente libro está formado por dieciocho relatos cuyo nexo en común más evidente es el marco elegido por su autor para situar las historias: el año 1916, año crucial de la Primera Guerra Mundial. Reconozco que desconocía por completo la figura de Zomeño, autor albaceteño aunque residente en Elche, pero tras la lectura de este libro uno necesita saber más de él, leer todo, absolutamente todo lo que ha escrito. Y esto es así porque De este pan y de esta guerra es extraordinario. No hay ni un solo relato que no sea un claro ejemplo de virtuosismo literario. Es más, hay algún texto que podría definirse como auténtica obra maestra del relato corto, alta literatura, o literatura con mayúsculas —me vienen ahora a la mente ‘Urinario’ o ‘El queso’, por citar un par de ejemplos—.

Zomeño ofrece aquí historias viscerales, incisivas, que no te dejan indemne (no pueden dejarte indemne). Historias situadas en las mismísimas trincheras o en la retaguardia, en la misma boca del lobo o en la memoria quebrada del superviviente. Son recuerdos evocadores, vivencias extremas, pasajes en los que el miedo se hace palpable, en los que la fragilidad del ser humano se muestra en todo su esplendor. Todos y cada uno de estos relatos, como bien afirmaron los miembros del jurado de los Premios de la Crítica Literaria Valenciana, «ahondan en la naturaleza humana a través de sentimientos y pasiones vigentes en cualquier época, narradas con un talento excepcional». Todos resultan desgarradores, pero de una belleza sorprendente.

Confieso que dudé al ver en la portada que Agustín Fernández Mallo decía de Zomeño que era uno de los mejores cuentistas españoles. Ahora sí lo creo, lo creo firmemente. Este libro es ya inolvidable, y Zomeño un virtuoso.

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