La intimidad de una amistad verdadera y duradera (reseña)

Leí en un artículo, firmado, creo, por Justo Navarro, algo así como que una carta es el retrato de un alma, y que es en sus cartas, a través de ellas, donde se revela mejor el carácter de un escritor. Esto es así, o decimos que es así, porque en la escritura de una carta, en su ejercicio, no se precisa de la maquinaria creativa de ficción.

Navarro también se planteaba lo siguiente: «Supongamos que la literatura es patrimonio de la humanidad y que un literato escribe siempre literatura, aun cuando redacta una carta. ¿Justifica esto que al literato se le expropie su intimidad una vez muerto?». Dicen que hay una coartada para hacerlo puesto que una carta es, en cierto sentido, «un regalo al destinatario», en palabras del crítico literario. Cierto es, que en las cartas, en su contenido, existe —o más bien existía— el retrato de un alma, y que los escritores revelaron en ellas su carácter. Dicho de otro modo, son sus cartas una fuente esencial para estudiar a un autor o autora porque, en mi opinión, a través de la epístola se genera una relación de contacto más personal y de conocimiento, como queda perfectamente demostrado en esas Cartas al Padre Flye que James Agee compartió con el pastor James Harold Flye desde los quince años hasta el fin de sus días.

Jus Ediciones ha tenido a bien publicar este libro que, en mi modesto parecer, es una absoluta exquisitez no sólo por el modo en el que Agee escribe, sino por las íntimas confesiones que comparte. Para mí, Agee es, probablemente, uno de los mejores escritores/periodistas del pasado siglo, un hombre capaz de retratar como pocos las miserias de una realidad tan presente aún hoy como la que se vivía en las zonas rurales de esa América profunda.

En estas cartas observamos la gestación de un importante foro de discusión, al tiempo que, como verdaderos voyeurs, somos conocedores de la vida privada de este autor a través de una serie de anécdotas que no dejan indiferente al lector por su intelectualidad, crudeza y, en ocasiones, desesperación. Agee fue una persona que sufrió, huérfano de padre desde los seis años, bebedor compulsivo, depresivo. Y en estas cartas uno es consciente de su eterna lucha por superar sus miedos, por intentar desembarazarse de ellos. Comparte con su amigo y maestro de infancia sus avances, anhelos y esperanzas, pero también sus penas, su declive y fragilidad.

Estas cartas que ahora tenemos oportunidad de leer en nuestro idioma son asimismo la crónica de una época, la historia de treinta años en los que Agee escribió sobre política y cine, sobre su propia vida, sobre el sacrificio, sobre la educación y salud mental y espiritual de una nación entera... En ellas uno es capaz de apreciar sus inquietudes, sus preocupaciones y ambiciones, además de percatarse de un hecho que cada día es más extraño: la existencia de una amistad sincera y duradera. Hay mucho dolor en estas cartas, pero también una sabiduría que todo lo enaltece. 

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