Álvaro Cepeda Samudio y el poder evocador del lenguaje (reseña)

Los transgresores son necesarios. Quebrantar, de tanto en tanto, cualquier precepto, ley o estatuto es vital para que exista cierta evolución. Ir  contracorriente, eliminar de nuestro vocabulario la palabra tabú, jugar, imaginar, transformar, es necesario si lo que se pretende es seguir aprendiendo, si lo que uno busca es superar toda adversidad y evitar el anquilosamiento. El academicismo o costumbrismo, si bien son importantes, no son un fin en sí mismo, no al menos para poder explorar toda posibilidad. De ahí que aquellos autores que en su día fueron capaces de sabotear la formalidad —con estilo y un discurso riguroso, pues para mí no todo vale—, siempre han ocupado un lugar relevante en mi biblioteca personal. Y no me canso de sumar nombres a este listado de outsiders, algunos de ellos verdaderos visionarios, taumaturgos de la palabra, manipuladores del lenguaje.

Álvaro Cepeda Samudio tardó ocho años en escribir La casa grande, su única novela. Creo que tardó ocho años porque de alguna manera era consciente de que estaba cambiando el curso de la literatura colombiana. Fue él uno de los que alteraron por completo esa tradición narrativa más tradicional o regionalista, dotando a sus escritos de un estilo que podemos definir como insólito en el momento de su aparición. Cepeda Samudio fue un pionero, alguien que entendió que se podía hacer literatura de otro modo, y así lo demostró con esta obra que por fin llega a España, y lo hace de la mano de La Navaja Suiza, sello que parece empeñado en cautivar al lector con cada título nuevo que publican —y que sigan así, por favor—.

Poco o muy poco se sabe de este escritor que fue amigo íntimo de Gabriel García Márquez. El Nobel de literatura siempre le mostró su devoción, y tras la lectura de La casa grande alcanzamos a entender el porqué de esa pasión, ya que Álvaro Cepeda narra la Masacre de las Bananeras, trágico evento ocurrido el 6 de diciembre de 1928, en Ciénaga, donde fueron asesinadas cientos de personas, y lo hace mezclando voces y estilos narrativos de forma extraordinaria.

Podría Cepeda haber escrito sobre esta tragedia con todo lujo de detalles, con descripciones objetivas y sirviéndose de los informes, artículos de prensa o testimonios, pero en su lugar decidió crear una historia original, una historia con diálogos secretos, con imágenes de una carga poética suprema que casi lo dejan a uno sin aliento: «Todavía no eran la muerte: pero llevaban ya la muerte en las yemas de los dedos: marchaban con la muerte pegada a las piernas: la muerte les golpeaba una nalga a cada tranco: les pesaba la muerte sobre la clavícula izquierda: una muerte de metal y madera que habían limpiado con dedicación». El escritor colombiano demostró en esta obra, en la que sobrevuelan temas tan complejos como la soledad, la decadencia familiar, o el incesto, el verdadero poder evocador del lenguaje. Como esta lectura no hay otra, y eso dice mucho ya de un autor que, como tantos otros, se fue de este mundo demasiado pronto. 

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