La disección inflexible de esa sociedad americana profunda (reseña)

El escritor como un observador privilegiado, perspicaz, crítico, a veces incluso despiadado, sin principios, un retratista de la realidad ordinaria, testigo de las bondades y miserias del ser humano. Ejercer ese papel denota cierta valentía, pues en ocasiones aquello de lo que se escribe resulta hiriente o es grotesco. Pero es la verdad lo que esos autores describen en sus obras, a pesar de que esa verdad sea siempre subjetiva, manipulable.
  
Frank Parman dijo de George Milburn que era una especie de «chico malo», que le gustaba escribir sobre cosas que la gente no quería reconocer, menos en una época y en un lugar como el que le vio nacer allá por el año de 1906, Coweta, Oklahoma. Quizá por ello, a pesar de escribir para importantes revistas como Harper’s, The New Yorker o Vanity Fair, el «bueno» de Milburn pasara un tanto desapercibido. Ya se sabe, en una tierra que ha hecho de la hipocresía una religión, decir las cosas, condenarlas, no está muy bien visto. No obstante, Milburn no se achantó, nunca lo hizo.

Por primera vez en castellano tenemos oportunidad de leer la que probablemente sea una de sus obras más reconocidas, Un pueblo de Oklahoma (Sajalín). En ella encontramos 36 relatos breves, algunos muy breves, en los que Milburn no tiene reparo alguno en describir y denunciar problemáticas tales como el racismo. Fue de los pocos, en aquella época un tanto oscura y depredadora, que realmente escribió sobre los conflictos raciales y linchamientos sufridos por la población negra de los Estados Unidos. Podría decirse que su conciencia moral, su sentido de la justicia, quedó reflejado en algunos de sus escritos, como el que abre este conjunto de relatos, titulado «El defiendenegros».

Con gran sencillez, Milburn narra episodios que se van sucediendo en una «modélica» población de su estado natal. No resulta extraña la comparación con la magistral obra de Sherwood Anderson, Winesburg, Ohio, pues a partir de los hechos cotidianos asistimos a un retrato clarividente sobre la población más modesta de ese vasto país incongruente, esa América profunda que suele permanecer oculta. Sin embargo, en Un pueblo de Oklahoma, el mal, la violencia, siempre está presente, de ahí su ambiente un tanto plomizo y polvoriento. En estas historias hay maltrato, se abusa de los más desfavorecidos, las desgracias se suceden, al igual que la muerte, pero todo parece normal, todos lo encuentran normal. Ahí reside, en cierto sentido, su profundidad, ya que Milburn disecciona de forma inflexible a una sociedad enajenada.

Estas «observaciones» de una pequeña ciudad de Oklahoma, un tanto indigente y sobre todo despreocupada, resultan ásperas y descaradas, algunas de ellas son extrañamente encantadoras por la inocencia de sus personajes, aunque siempre te dejan un sabor de boca amargo, el mismo sabor que suele dejar una vida de fanatismos, crueldad e ignorancia. 

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