Análisis existencialista del ser no exento de humor (reseña)

La literatura que te exige plena concentración (no exenta de deleite) es la que finalmente cala hondo. Esto es así porque es la que nos inunda de interrogantes, la que nos permite rastrear las profundidades del ser para reflexionar sobre nuestras obligaciones o deberes morales, y qué necesidad hay para seguir o no esas directrices o convencionalismos. En este sentido, las dos primeras novelas de John Barth, que ahora aparecen publicadas en un mismo volumen por Sexto Piso, siguen esa senda o exploración. 

La ópera flotante y El final del camino resultan sorprendentes por varios motivos. El primero, la edad del propio Barth cuando escribió sendas historias. No había alcanzado todavía la treintena cuando se editaron, lo cual dice mucho de su dominio del lenguaje y la retórica, además de unos conocimientos extraordinarios en distintos campos de la filosofía. Ambas historias presentan disquisiciones complejas acerca de temas tan estigmatizados por la sociedad conservadora de la época (y de la actual también) como el adulterio o el suicidio, lo cual representa el segundo de los motivos por los cuales estas dos novelas resultan admirables. Si a todo ello le añadimos cierta dosis de humor negro, digamos que la lectura ha de cautivarnos necesariamente.

A pesar de que ambas novelas puedan considerarse «realistas», el juego que se trae entre manos Barth a través de la propia narración impide que se las consideren novelas convencionales o de un estilo formal. De hecho, en La ópera flotante, el narrador y protagonista se dirige constantemente al lector, dialoga con él, sin tapujos, y todo ellos para recrear una historia que puede llegar a confundirnos por los saltos en el tiempo que se producen. Esto es así porque asistimos a un viaje a través de la memoria de ese personaje que es al miemo tiempo cronista de su propia vida, una vida de la que quería desentenderse por completo tal y como llega a confesar en la primera página del relato. Sí, así es, Todd Andrews —que así se llama el protagonista— nos dice sin tapujos que se va a suicidar, que ha tomado esa decisión y lo ha hecho de un modo racional, con una argumentación sólida, la misma que encontramos en los diálogos que mantienen los otros personajes de la segunda novela, Jack Horner y el matrimonio Morgan. 

En El final del camino existe una constante distorsión de la experiencia mediante el lenguaje y el análisis intelectual de prácticamente todo: las relaciones sexuales, el aborto, el suicidio o el maltrato, la infidelidad... En esta historia, como en la anterior, parece que los protagonistas no se dejan llevar por las emociones, o mejor dicho, hacen lo posible por racionalizarlo todo, la vida misma, con sus protocolos y su apariencia. Hay una clara demostración del saber filosófico, de la experiencia y de la existencia, y de cómo el ser humano puede llegar a construir un mundo feliz en su esencia al tiempo que lo destruye. Genial John Barth, insólito y atrevido. 

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