Un recorrido por el París del solitario Walter Benjamin (reseña)

Si el primer volumen del Manifiesto incierto (errata naturae) de Frédéric Pajak —centrado principalmente en algunos de los viajes que Walter Benjamin realizó por Europa—, era una evocación de los dogmas que enturbiaron la juventud del propio Pajak en los años posteriores a Mayo del 68, al tiempo que ofrecía un relato personal o testimonio sobre el florecimiento de nuevos movimientos fascistas en Europa, en la que es su segunda entrega, subtitulada Nadja, André Breton y Walter Benjamin bajo el cielo de París, volvemos a caminar junto al filósofo de origen alemán, ese personaje apátrida, ese «soñador abismado en el paisaje», y lo hacemos por las calles de París.

Pajak recorre esa ciudad que enamoró a Benjamin a su llegada. Sin embargo, esa sensación de ser un ser desubicado le persigue, y la soledad se cierne nuevamente sobre el filósofo alemán que intenta por todos los medios encontrar un nexo que le una a esa ciudad y a sus gentes, a sus intelectuales. Como todos, Benjamin necesita de los otros, de su conversación y sus opiniones, para forjar su propia identidad. Pese a ese afán, cada intento es fallido, y observamos a un Benjamin que se siente profundamente solo, incomprendido. 

Ese abandono o desamparo le sirve, no obstante, para centrarse en la escritura de la que dicen es su gran obra, la obra de su vida, ese Libro de los pasajes que desarrolló a lo largo de trece años, desde 1927 hasta su muerte en 1940. Benjamin conocerá en esta época a célebres «paseantes» como Léon-Paul Fargue o Franz Hessel, se emocionará con El aldeano de París de Louis Aragon y también buscará asilo o refugio en la corriente surrealista que tenía en André Breton su máxima figura. Con Breton supuestamente mantuvo una correspondencia que hoy día parece perdida. Lo que sí sabemos es que el pensador alemán, esperanzado al principio, volvió a consumirse en la más terrible de las drogas, la soledad.

En este segundo volumen, traducido (como el primero) por Regina López Muñoz, Pajak aprovecha para narrar, a través de esa relación truncada entre Benjamin y Breton, otra relación compleja, como la que mantuvo el surrealista con Nadja, mujer que se convierte en una especie de musa o heroína que finalmente abandona y rechaza. Nuevamente, Pajak alterna voces y narraciones, pues a éstas debemos añadir el propio viaje que emprende él mismo a bordo de un tren y por las calles de la ciudad compartiendo espacio con inmigrantes y reflexionando sobre su propio pasado e identidad, algo que entronca con Benjamin y esa mirada nostálgica de una vida y una ciudad que nunca parecen que le den la bienvenida. Así pues, Pajak presenta un París más sombrío de los que estamos acostumbrados, y lo hace a través de esa personalidad un tanto débil e insegura de una de las mentes más brillantes de la pasada centuria.

Lectura siempre enriquecedora la de este nuevo «ensayo gráfico» de un Frédéric Pajak que siempre cautiva visual y literariamente. 

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