Saroyan, narrador único y genial de la vida cotidiana (reseña)

Puede que Un día en el atardecer del mundo (Acantilado) no sea la mejor novela de William Saroyan. Pese a ello, pese a poder considerarla menor dentro de su obra, si algo posee Saroyan —y como él, pocos autores— es una capacidad innata para crear personajes que permanecen en tu recuerdo. De hecho, sigo necesitando al joven Homer Macauley, protagonista de esa fascinante novela que es La comedia humana (Acantilado), para intentar comprender esas responsabilidades y decepciones que se asientan en nuestro quehacer diario y que, casi siempre, nos desilusionan.

Saroyan es un maestro a la hora de retratar, o mejor dicho, captar la cotidianidad. El autor norteamericano de origen armenio siempre se caracterizó por ofrecer historias de la vida corriente a las que dotaba de un aura hipnótica a través de sus diálogos —siempre inteligentes— y la agudeza y agilidad narrativa. Siempre quiso mostrar la confraternidad humana, así lo confesó en más de una ocasión, y es por ello que sus personajes, a pesar de vivir experiencias poco agradables o convulsas, siempre mantienen una vitalidad y una energía envidiable. En otras palabras, podría decirse que William Saroyan era un vitalista, siempre dispuesto a mostrar un entusiasmo por la vida, aunque ésta fuera anodina o alejada de la pomposidad y la fama.

Si algo caracteriza también a la narrativa de Saroyan es, a mi parecer, el sentimiento de justicia moral. Sus personajes son sinceros, a veces pueden resultar demasiado bruscos, pero siempre tienen presente aquello que es o debe ser lo correcto. En este sentido, el escritor estadounidense hace una crítica social a esa sociedad de los excesos, a esa sociedad hipócrita que nunca salvaguarda a los más débiles. Tampoco soporta —me refiero a Saroyan— a los abusones o a aquellos que se creen poseedores de la verdad absoluta. Es, dicho de otro modo, un autor que prefiere la sencillez y la verdad. 

Si Homer Macauley sigue presente en mi memoria, Yep Muscat, el protagonista de Un día en el atardecer del mundo —novela con tintes claramente autobiográficos—, cumple los requisitos para seguir sus mismos pasos. Este dramaturgo de éxito aunque venido a menos, asfixiado por Hacienda, entrado en años y nostálgico de su pasado, divorciado pero fiel devoto de sus hijos, vuelve a Nueva York, esa ciudad bulliciosa, para intentar reconducir su vida. Y en ese retorno a la ciudad que acogió a su padre, busca de nuevo un sentido y un reconocimiento, como autor pero, sobre todo, como persona. 

De nuevo, Saroyan versa en esta novela sobre la amistad y el amor a través de un argumento en el que no parece que suceda gran cosa, simplemente sucede la vida, esa vida con sus pequeños conflictos, sus tiras y aflojas, sus ilusiones y añoranzas... Desarraigos y anhelos, devoción y apego, honradez, la prosa de Saroyan nunca deja de sorprender por su transparencia y riqueza. 

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