Las ocurrentes historias de un atípico detective inglés (reseña)

Una lectura ligera, ocurrente y entretenida es la que procura el volumen que recopila los relatos protagonizados por un personaje curioso y ya inolvidable como es Thorpe Hazell, un tipo de lo más sorprendente y excéntrico en su época, pues se declara un férreo defensor del vegetarianismo, es un amante del ferrocarril y, de tanto en tanto, deja pasmado al personal con sus ejercicios físicos y estiramientos para disfrutar de una agradable digestión.

Victor L. Whitechurch logró crear a uno de los detectives más excéntricos de cuantos hayan existido en la historia de la literatura, un hombre afable y perspicaz que al parecer no sufre en exceso, pues es de vida acomodada, hasta cierto punto azarosa. Entre sus pasatiempos, el ferrocarril ocupa un lugar privilegiado. Al parecer, este sistema de transporte, que supuso uno de los grandes avances tecnológicos del siglo XIX y que fue un icono de la revolución industrial —no hay que olvidar que el sistema ferroviario británico es el más antiguo del mundo—, fascina al simpático Hazell, cuyos conocimientos técnicos es envidiable, así como su control de horarios e itinerarios de cada una de las líneas que a finales de la centuria decimonónica dibujaban el mapa de Inglaterra. Tal es su entendimiento y su pasión que cualquier «misterio» o caso que implique al ferrocarril debe ser consultado con este santurrón que inevitablemente cae en gracia.

Efectivamente, y tal y como se recogen en estos nueve relatos que Ardicia publica bajo el título de El detective del ferrocarril, particulares e instituciones gubernamentales que prefieren mantener la discreción acuden al bueno de Hazell para que resuelva los enigmas que comprometan a la línea férrea británica o que se hayan producido en alguno de sus trayectos. 

Cada uno de estos textos es una aventura distinta, una aventura que, pese a los «peligros» que puedan suceder, siempre resulta perspicaz y placentera gracias al sentido del humor de su protagonista, un hombre que nunca pierde la sonrisa y que no se angustia ante la adversidad. No obstante, existen algunos crímenes que muestran alguna escena escabrosa, pero Whitechurch, que fue clérigo además de escritor, no abunda en descripciones morbosas, más bien todo lo contrario, se muestra sutil, como imagino que fue este autor que participó en la obra colectiva El almirante flotante junto a algunos de los miembros del archiconocido grupo The Detection Club —que tuvo en Agatha Christie su máxima representante y cuyo primer «presidente» fue G. K. Chesterton—.

 En definitiva, los nueves relatos aquí reunidos, esas nueve historias protagonizadas por Thorpe Hazell, aúnan una serie de elementos que enganchan al lector, desde un protagonista con un carácter marcado por ser atípico, unas tramas diseñadas para sorprender con un giro inesperado y en las que prima, sobre todo, la inteligencia. Un libro que se agradece. 

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