La soledad como método de conciliación con la vida (reseña)

Durante quizá demasiado tiempo, aquellos que me conocen o dicen conocerme insistían en definirme como un hombre solitario. Muy probablemente, yo mismo alimentara ese juicio. A decir verdad, y en cierta forma, he preferido, en la medida de lo posible, distanciarme un poco de la colectividad, del grupo. La razón de levantar ese pequeño muro entre mi yo y el resto no es otra que la necesidad de ser fiel a mi voluntad y pensamientos. Crear un universo propio nos permite ejercer esa libertad que, al fin y al cabo, es o debiera ser un derecho inalienable, aunque no negaré que, en ocasiones, puede uno caer en la tentación de ser o comportarse de forma esquiva, huidiza. Si pecamos de esa actitud a veces arrogante y retraída podemos vernos marginados por la sociedad misma, convirtiéndonos en meros espectros en un mundo que, a pesar de ser una paradoja constante, sigue siendo nuestro hogar.

¿Se puede vivir realmente en soledad? ¿El ser humano está capacitado para ser autosuficiente? Hay quien asegura que sí, aunque difícilmente pueda uno aislarse al cien por cien. Sin embargo, y como decía anteriormente, han habido y hay todavía personas que necesitan refugiarse para protegerse de la humanidad misma. De algunas de estas personas habla Pascal Quignard en Sobre la idea de una comunidad de solitarios (Pre-Textos), un delicioso libro que recoge dos conferencias dictadas por el autor francés que versan, precisamente, por esa idea de la soledad a través de una serie de protagonistas que hicieron uso de su libertad para autoexiliarse a un espacio físico y mental en el que poder desarrollar sus inquietudes.

Quignard nos habla de Port Royal des Champs, convento célebre por la comunidad religiosa de orientación jansenista que se desarrolló allí desde 1634 a 1708, y que, según el escritor y músico francés, «es la invención apasionante —incluso si es difícilmente concebible para el espíritu— de una comunidad de solitarios», pues allí se reunieron algunos de esos «hombres de la sociedad civil, aristócratas o burgueses ricos, que optaban por las costumbres de los conventos (sus abstinencias, sus silencios, sus austeridades, sus vigilias, sus tareas, sus lecturas), pero que se negaban a atarse a ellos a través de los votos». ¿Y por qué hacer tal cosa? Para dedicarse al estudio, para ser dueños de su propia vida, de tomar decisiones sin temor a la injuria, recriminación o queja... 

En estas páginas Quignard demuestra una erudición extraordinaria, exquisita. Nos enamora hablándonos de Henry Purcell, de Georges de la Tour o François Couperin, de la calidez que puede procurarnos un libro, del silencio que ofrece la escritura, del olor y la belleza de ciertas flores, del crepúsculo, de la música y de la necesidad de observar nuestro entorno y aprender a amarlo... En cierto modo, esa vida solitaria de la que habla Quignard nos permite conciliarnos con el mundo, a pesar de las ruinas y de su ininteligibilidad. 

Comentarios

Entradas populares