El testimonio lacerante de una radical rebelde rusa (reseña)

Vivir con un ideal concreto. Luchar por él, a conciencia. Morir por él. Reconozco que siento cierta envidia de las personas que son capaces de defender a ultranza aquello en lo que creen, conociendo los peligros que puede conllevar demostrar tal determinación. Siento envidia por ese férreo compromiso diario, acorde a sus pensamientos, si bien no todas las prácticas me parecen propicias pues, como sabemos, y por desgracia, hay ocasiones en las que el fanatismo más absurdo hace acto de presencia y puede llegar a provocar el caos más terrible.

Desde tiempos inmemoriales el ser humano ha necesitado creer en algo, ya sea en uno o varios dioses, ya sea en la naturaleza o el cosmos, en el más allá o en los placeres terrenales. Uno de nuestros mayores anhelos ha sido dotar de algún sentido nuestra existencia, con resultados muy diversos. Es por ello que, con el tiempo, el poder y el orden fueron cobrando un mayor protagonismo en nuestra historia. Hemos precisado de una jerarquía concreta, siempre injusta, para estructurarnos en una serie de sociedades, u organizaciones tribales, semejantes pero desiguales. En este sentido, si algo parece innato en el ser humano es la confrontación de los polos opuestos. Esa eterna lucha entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad, poco a poco se fue transformando hasta convertirse en una lucha de clase, una lucha económica, una lucha por los derechos y libertades. Capitalismo versus Comunismo, Oriente versus Occidente, Norte versus Sur.

Yevguenia Yaroslávskaia-Markón fue una joven rusa que creció y vivió con fervor la Revolución de Octubre, la gran revolución bolchevique que encabezó Lenin para derrocar la monarquía de los Romanov. Sin embargo, poco tardó en sentirse decepcionada por la dictadura de los bolcheviques, hasta el punto de desligarse por completo de esos ideales de la revolución que, según ella, los nuevos miembros del gobierno socialista olvidaron por completo una vez llegados al poder. A ese desengaño político hay que sumar el encarcelamiento del que fue su marido, el poeta Alexander Yaroslavski, hecho que fue el detonante de que Yaroslávskaia-Markón decidiera vivir una vida fuera de toda ley, convencida de que en el mundo de los bajos fondos es donde se encontraba la verdadera revolución. Así, de llevar una vida de radical rebelde, ligada al panorama artístico e intelectual del país, pasó a convertirse por convicción en una ladrona. Y es ese fervor, esa convicción, lo que me subyuga desde la primera página del testimonio que ella misma escribe en el campo de internamiento de las isla Solovkí, considerado el primer campo de concentración del Archipiélago Gulag soviético, días, meses, horas, antes de morir fusilada.

Existe en Insumisa (Armaenia Editorial), una franqueza absorbente, apabullante, además de un retrato sobre la Rusia de los marginados en una época oscura que, de la mano de Stalin, fue a más. Una mujer atrevida, fuerte, sorprendente, cuya historia, al parecer, no estaba abocada al anonimato. 

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