El testimonio literario y personal de Yves Bonnefoy (reseña)

Siempre me he sentido atraído por el proceso, consciente o inconsciente, que induce a una persona a dedicarse a la escritura. ¿Por qué escribir? ¿Para qué escribir? He reflexionado no pocas veces sobre estas mismas cuestiones, y en cada ocasión extraigo conclusiones diferentes, todas satisfactorias o, al menos, complementarias. No sé si es una obsesión mía, pero descubrir lo que no puede decirse, o no puede ser dicho, lo que no se puede explicar de forma lógica, me interesa. Es por ello que, cuando algunos autores razonan sobre esto mismo, me siento agradecido por contar con otro testimonio que me permita ahondar más en estas cuestiones intrínsecas del saber.

Con La bufanda roja (Sexto Piso) me he encontrado con varios textos que abordan, precisamente, la génesis literaria del francés Yves Bonnefoy. Son textos a modo de soliloquio en los que el poeta y ensayista revisita su infancia, su relación con su padre y su madre, sus inicios en el universo poético... De hecho, lo que hace Bonnefoy es analizarse a sí mismo, y de un modo original, examinando de forma concienzuda el poema que da título a este libro y que escribió medio siglo antes de estas palabras. Esa distancia en el tiempo le permite otra mirada o perspectiva de su propio trabajo, que desmenuza de forma elegante, preguntándose el por qué de esos versos, profundizando en sus significados y emociones.  Así, mientras estudia y descompone nuevamente «La bufanda roja», Bonnefoy aprovecha para invitarnos a su particular universo de vivencias en las que la poesía, la literatura, siempre ha marcado su personalidad, una poesía que siempre se ha caracterizado por su ensoñación y poderosas imágenes.

Por otro lado, el presente libro, ensayo autobiográfico o libro de memorias de gran carga poética, es un ejercicio introspectivo sorprendente por su lucidez y franqueza, por ese modo que tiene Bonnefoy de hilar pensamientos y recuerdos de cuando era un niño, como ese distanciamiento precipitado entre su padre y él. Distanciamiento, reconoce el autor francés, que provocó un silencio triste, casi amargo, entre ambos, y que le marcó en cierto sentido; al menos, a la hora de abordar su vínculo con la poesía, con la palabra y su importancia. 

Si algo demuestra Bonnefoy en esta obra es su devoción por la palabra, por su buen uso y sensibilidad. La palabra es esencial para él, hasta el punto de poder sanar heridas, aligerar cargas, espantar miedos. E igual de importantes son los recuerdos de cuando se enamoró de los versos de otros poetas a los que admira. A lo largo de libro menciona a Rimbaud, a Baudelaire, a Racine, a Pierre Jean Jouve, a T. S. Eliot o Mallory, a Breton, incluso a Max Ernst y otros artistas que moldearon su vínculo con la realidad, con su propia poética. También reflexiona sobre los distintos conflictos bélicos acaecidos en Europa o cuando dio clases a Angela Davis en los Estados Unidos. Dicen que este, su último libro, es su testimonio literario. En cierto modo lo es, pero es mucho más al invitarnos a participar de su mirada única. 

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