Fallidos relatos desde la prisión (reseña)

En el film Happythankyoumoreplease, escrito, dirigido y protagonizado por Josh Radnor, un aspirante a escritor ve frustrada la reunión con una gran editorial que podría cambiar el rumbo de su vida al tiempo que ejerce de padre o hermano mayor de un niño que se ha perdido en el metro. En un momento dado de la película, estando ambos personajes charlando sobre sus vidas, el «futuro» escritor le confiesa al pequeño —que pronto se sabe, vive con una familia de acogida— que la suya sí es una vida digna de ser material para una buena novela. Es decir, que tener una vida desgraciada, infeliz, permite ser un mejor escritor o, al menos, un escritor mucho más interesante. Yo en esto tengo mis dudas, claro, porque hay decenas y decenas de ejemplos de grandes autores que no necesariamente fueron malditos. Sin embargo, al conocer la historia personal de Curtis Dawkins, lo primero que me vino a la mente fue: «este hombre seguro debe escribir historias potentes, viscerales, que noquean y te dejan sin aliento». Tras leer el conjunto de relatos del que es su primer libro, Hotel Graybar (Seix Barral), reconozco que hay parte de esos ingredientes en él, pero me dejan más bien frío.

La historia personal de Dawkins, como digo, es carne de melodrama. Universitario licenciado, con un máster en Humanidades y padre de dos hijos, al parecer las drogas y el alcohol hicieron mella pronto en él hasta el punto de, en 2004, matar a un hombre y tomar a otro de rehén. Iba fumado de crack, adicción que únicamente le aportó una cadena perpetua que cumple desde 2005 en una prisión de Michigan.

Dicen que se inició en el consumo desmesurado de drogas y alcohol para intentar combatir ciertos problemas mentales. El remedio, como vemos, fue peor que la enfermedad. Con esas vivencias en su haber, la literatura le sirvió de refugio, si bien mucho antes de cometer el crimen ya decidió convertirse en escritor, carrera que ahora, por fin, puede ejercer, aunque sea desde una celda. Mi problema, sin embargo, es que sus relatos, a pesar de describir en ellos algunas escenas escabrosas, crudas, trágicas, no me resultan veraces. Me explico: tengo la sensación de estar leyendo textos un tanto impostados, salidos directamente de un taller de escritura creativa. No hay «alma», o yo no la siento. En todos ellos falta algo, esa esencia que escritores como Harry Crews o Edward Bunker —que también estuvieron en prisión— sí poseen, como han demostrado a través de unas obras en las que la desesperación y el coraje, la búsqueda de la redención o la condena marcan una lectura que te conmociona desde la primera página. Dawkins habla de la cárcel, de la vida en prisión, de esos momentos anodinos y diálogos un tanto banales que permiten a los presos sobrevivir día a día, pero en ningún momento siento esa turbación ni realismo que pretende plasmar. En mi opinión, es la historia personal de Dawkins el mayor reclamo de un libro que, insisto, tiene sus momentos, pero son muy escasos. 

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