Marcus vs. Franzen, o cómo hacer lectores inteligentes (reseña)

Hay que hacer frente a la insolencia que demuestran ciertas personas cuando se vanaglorian diciendo que son poseedores de la verdad más absoluta. No estamos para tonterías, menos en estos tiempos yoyoístas en los que uno es incapaz ya de discernir lo que es real de la pura ficción. Existen, negarlo sería una tontería, demasiados casos de autores o literatos, también de críticos, que muestran sus desvergüenzas en pantalla panorámica creyendo que aquello que opinan debe convertirse en dogma, cuando sus propios argumentos dejan en evidencia sus carencias. Además, y por si fuera poco, vivimos en una era en la que todos tenemos derecho a opinar lo que nos venga en gana, con las fauces rebosantes de rencores y desprecios, y a que se respete nuestra opinión por encima de todas las cosas, sin tener en cuenta, ni mucho menos, si aquello cuanto decimos o escribimos tiene o no tiene un valor moral real o, por un casual, pueda aportar algo a eso que llamamos conocimiento. 

Ben Marcus quiso poner en su sitio a Jonathan Franzen, y lo hizo a través de un artículo en el que no deja títere con cabeza: Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos. ¿Pero de qué estamos hablando cuando hablamos de esa rivalidad Marcus vs. Franzen? Hablamos, o mejor dicho reflexionamos, sobre una cuestión que va más allá de lo personal, pues es un modo de ver, leer, entender y comprender la literatura. Franzen, adalid de un nuevo realismo —o del realismo vetusto, depende de cómo se mire—, tras hacer sus pinitos en el terreno de la «experimentación», llegó a la conclusión de que el lector debe ser mimado por el autor, de que el autor tiene el compromiso de que aquellos que decidan pasar el tiempo que sea leyendo sus obras no sufran quebraderos de cabeza intentando descifrar aquello que le están contando. Y no contento con ello, se dedicó a desprestigiar y ningunear a todos aquellos que apostaron por experimentar con el lenguaje, con la estructura narrativa de la novela, con el propio sentido de la novela. Es ahí cuando Marcus, para muchos la encarnación del mal, el diablo del empirismo vanguardista literario, quiso replicar a bombo y platillo lo que creía una actitud de pedantería barata que, me imagino, esconde un grado de ignorancia supremo por parte del prestigioso y bien peinado Franzen. Magistrales son las reflexiones del autor de Notable American Women, haciendo una defensa extraordinaria de esa literatura que, pese a su dificultad aparente, resulta mucho más sorprendente por las posibilidades que ofrece al lector. Y entre medias de ese toma y daca, gozamos como niños con juguetes nuevos con esos «pinitos en pedantería» que firma el inclasificable Rubén Martín Giráldez, quien nos sume en una alocada exhortación sobre esos preceptos narrativos que han cuestionado y cuestionan los límites de la propia literatura.

Gozoso, necesario, sincero y lo que es mejor, juicioso gracias a una retórica basada en argumentos sólidos que buscan el despertar del lector. 

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