Relatar toda una vida a través de los detalles más mundanos (reseña)

La literatura sigue siendo un auténtico enigma para mí. Aun poseyendo los códigos para poder descifrarla, resulta siempre sorprendente, lo cual puede producir, y produce, un sentimiento de perplejidad que a veces somos incapaces de asimilar. La trama, si es atractiva, nos puede atrapar en una atmósfera prolija en detalles que ayudan a transportarnos a lugares exóticos y protagonizar mil y una aventuras. Pero existe algo que, para mí, es todavía más relevante a la hora de contar una historia, y es cómo contarla. En este sentido, la estructura narrativa y el estilo juegan un papel primordial, siendo consciente de que muchas novelas o relatos pueden narrar una historia anodina, rayano en el aburrimiento más absoluto, y, sin embargo, dejarnos boquiabiertos. ¿Cómo es eso posible?


Recuerdo ahora un relato de la extraordinaria Lydia Davis titulado «Las vacas». En él, la narradora del relato describe minuciosamente los movimientos que durante casi un año realizan tres vacas que observa desde su casa. Ya está. Puede que a muchos les parezca una soberana tontería, pero la maestría narrativa es más que evidente, precisamente por lo que no nos dice el relato en sí o, incluso, por decirnos que la vida es así de vulgar y extraña a la vez. En este texto Davis destila poesía, reflexiona sobre el paisaje y ofrece algún que otro pensamiento filosófico, y lo hace sin que apenas nos demos cuenta. Genial.

Igual de genial que otro de esos narradores que quizá no han gozado de mayor notoriedad pero que son, sin duda, maestros en el arte de narrar. Me refiero a Nicholson Baker, escritor que «recupera» la editorial madrileña La Navaja Suiza a través de la reedición de una de sus obras más conocidas, La entreplanta (cuya traducción, a cargo de Ce Santiago, es digna de elogio), con prólogo de Patricio Pron. En esta obra, Baker narra una hora de la vida del protagonista, una hora en la que, en realidad, se lleva a cabo un recorrido sensacional sobre su propia vida. Así, podríamos decir que Baker se disfraza de Laurence Sterne y su Tristram Shandy para ofrecer un relato repleto de disgresiones y anécdotas explicativas a pie de página. Es, precisamente, en esas notas al pie donde transcurre el relato complementario a la historia principal, o por decirlo de otro modo, donde ante nuestra mirada atónita se desarrolla otra novela en la que conocemos la historia personal, desde la infancia, de Howie, un personaje ya inolvidable.

La trama, aquello que en las novelas convencionales siempre reina, es, como les digo, bien sencilla, pues toda la historia se inicia con el relato en primera persona del protagonista, quien se da cuenta de que uno de los cordones de su zapato se ha roto. Este es el desencadenante de este artefacto narrativo cargado de un humor sutil. Nunca hubiera dicho que un hecho tan insignificante diera tanto de sí, pero a los hechos me remito. Una historia de asuntos triviales que se ha convertido por derecho propio en una novela de culto —por qué no decirlo—, inclasificable y siempre sorprendente.   

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