Una novela sobre el origen de una lengua y un territorio (reseña)

«A veces los hombres y los animales cantaban juntos», escribe Pascal Quignard en las primeras líneas de su novela Las lágrimas (Sexto Piso), y con ello logra sumergir al lector en una ensoñación, o más bien, invita al lector a acompañarle en un viaje mitológico, espiritual, casi místico, un viaje introspectivo en el que se reflexiona sobre el origen de una lengua, su lengua (el francés), y de un territorio o, mejor dicho, de unas fronteras que definen ese territorio que a día de hoy conocemos por Europa, un continente hastiado, bañado en sangre y lágrimas, casi moribundo. 

A través de pequeños fragmentos, Quignard entremezcla historia y fábula para confeccionar una serie de cápsulas narrativas, en muchos casos poéticas, en las que narra la vida de dos hermanos gemelos, Nithard y Hartnid, nietos del gran Carlomagno —dos figuras totalmente contrapuestas—, para hablarnos de las encrucijadas que acontecieron en ese periodo del medioevo y que protagonizaron el devenir de la civilización europea, basada en la unión de distintas culturas y pueblos, algo que por desgracia, en la actualidad, muchos prefieran negar, levantando un muro de odio irracional que poco o nada puede aportar a una sociedad que, precisamente, necesita recuperar la cordialidad. 

Sirviéndose de la historia, por tanto,  ficcionándola a su antojo con esa gracia que muy pocos poseen, Quignard recrea una serie de pasajes en los que nos cuenta cómo se fue gestando poco a poco la lengua francesa, el habla y escritura, la propia función del lenguaje, su comprensión. A lo largo de este periplo de poemas, cuentos y sueños, bañados en ríos, resguardados en antiguas abadías, imaginados y pronunciados, somos testigos de la evolución de la Historia y sus horizontes, que como bien escribe Quignard, son una ficción que lo real ignora, una línea quimérica que el ser humano necesita plasmar sobre la página, dando testimonio de un sentir, de un vivir en el que todo nos resulta extraño y confuso, como la vida misma.

Aprovechando, pues, esa reflexión sobre el origen, desfilan por estas páginas desde Carlomagno a Lao-Tse, desde los nordmann a los romanos, desde el latín literario a la lengua franca. Una singular visión genealógica en la que vuelve a demostrar el uso de una palabra melodiosa y afinada, precisa y sensible, que nos induce a reflexionar sobre el entendimiento de los pueblos, sobre las diferencias entre cada individuo, sobre cómo se fue conformando el mundo moderno y la orientación y desorientación de las creencias y los cuerpos.

Quignard, gran conocedor de esa Historia que es el principio de todo y nada, traza con esa delicadeza tan propia de su mundo interior un relato de suma delicadeza, de una belleza estética que induce a la contemplación. Insisto, pocos autores hay que logren generar esa sensación de quietud y que posean esa imaginería tan peculiar, siempre sorprendente. Una obra que es análisis y abstracción, fascinante y majestuosa. 

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