El paisaje de la infancia que relata la de todo un pueblo (reseña)
De las historias mínimas proceden algunos de los relatos más sorprendentes de la literatura universal. En demasiadas ocasiones, aquellos que deciden aventurarse en la escritura anhelan el beneplácito del lector a través de narraciones ostentosas sobre la construcción o caída de imperios, de mitos y leyendas. Suelen creer que cuanto mayores sean las hazañas, mayor será el impacto, y llegan a imaginarse que sus historias perdurarán así en el tiempo. Hasta la fecha, y que yo sepa, ya se escribió la Odisea; lo hizo Homero, en el siglo VIII a. C.
Soy muy consciente del poder de la literatura, de su capacidad para imaginar universos alternativos, mágicos, donde la épica es protagonista indiscutible. Si algo posee la literatura es, precisamente, libertad para dar rienda suelta a la fantasía. Sin embargo, y en mi caso en particular, prefiero la literatura que logra conmover reflejando lo cotidiano, fijándose en esos pequeños detalles que caracterizan al ser humano, nuestra interrelación y la relación que tenemos con la naturaleza, con nuestro entorno. Cada vida es, en sí misma, una pequeña historia, un relato capaz de impresionarnos.
En El ángel del olvido (Periférica), Maja Haderlap realiza un ejercicio de doble visión para indagar en los espacios exteriores de la condición humana y, al mismo tiempo, viajar hacia el interior de la misma. En cierto sentido, me recuerda a lo que me dijo en su día Rafael Argullol sobre su literatura, «el continuo giro de dos lentes». La autora nos cuenta, por una parte, una historia familiar, y lo hace a través de la mirada de una niña que poco a poco va creciendo e intenta recomponer esa misma historia, y partiendo de ese relato, de esos recuerdos que va recolectando, explica a su vez la realidad de todo un pueblo, el de sus padres y sus abuelos, la minoría eslovena que vivió en Austria durante la II Guerra Mundial y tras la finalización de la contienda bélica, en pleno periodo de la Guerra Fría; personas que, en cierto modo, permanecieron en un limbo, considerándose incluso apátridas en su propia tierra. Como sabemos, las fronteras son siempre heridas profundas, y en este caso, Haderlap incide en ellas, busca hallar respuestas en ellas.
Ese ejercicio de reconstrucción familiar es sutil, elegante, como la prosa de la autora que tan bien ha traducido José Aníbal Campos del alemán. Las vivencias de la pequeña se van alternando con esas alusiones a los campos de concentración, a la extrema dureza de la vida de los partisanos, al desconsuelo de la huida y del regreso... Realidades de un pasado que sigue muy presente, que sigue provocando un estremecimiento por las atrocidades que se llegaron a cometer y por cómo esas mismas atrocidades quebraron las vidas de millones de personas, millones de familias que nunca lograron recomponerse del todo. Estamos ante una lectura emotiva aunque no exenta de dureza, una lectura que se sumerge en las verdades de la supervivencia y que logra, mediante lo ordinario, alcanzar lo extraordinario. Todo un descubrimiento esta historia evocadora y más que lúcida.
Soy muy consciente del poder de la literatura, de su capacidad para imaginar universos alternativos, mágicos, donde la épica es protagonista indiscutible. Si algo posee la literatura es, precisamente, libertad para dar rienda suelta a la fantasía. Sin embargo, y en mi caso en particular, prefiero la literatura que logra conmover reflejando lo cotidiano, fijándose en esos pequeños detalles que caracterizan al ser humano, nuestra interrelación y la relación que tenemos con la naturaleza, con nuestro entorno. Cada vida es, en sí misma, una pequeña historia, un relato capaz de impresionarnos.
En El ángel del olvido (Periférica), Maja Haderlap realiza un ejercicio de doble visión para indagar en los espacios exteriores de la condición humana y, al mismo tiempo, viajar hacia el interior de la misma. En cierto sentido, me recuerda a lo que me dijo en su día Rafael Argullol sobre su literatura, «el continuo giro de dos lentes». La autora nos cuenta, por una parte, una historia familiar, y lo hace a través de la mirada de una niña que poco a poco va creciendo e intenta recomponer esa misma historia, y partiendo de ese relato, de esos recuerdos que va recolectando, explica a su vez la realidad de todo un pueblo, el de sus padres y sus abuelos, la minoría eslovena que vivió en Austria durante la II Guerra Mundial y tras la finalización de la contienda bélica, en pleno periodo de la Guerra Fría; personas que, en cierto modo, permanecieron en un limbo, considerándose incluso apátridas en su propia tierra. Como sabemos, las fronteras son siempre heridas profundas, y en este caso, Haderlap incide en ellas, busca hallar respuestas en ellas.
Ese ejercicio de reconstrucción familiar es sutil, elegante, como la prosa de la autora que tan bien ha traducido José Aníbal Campos del alemán. Las vivencias de la pequeña se van alternando con esas alusiones a los campos de concentración, a la extrema dureza de la vida de los partisanos, al desconsuelo de la huida y del regreso... Realidades de un pasado que sigue muy presente, que sigue provocando un estremecimiento por las atrocidades que se llegaron a cometer y por cómo esas mismas atrocidades quebraron las vidas de millones de personas, millones de familias que nunca lograron recomponerse del todo. Estamos ante una lectura emotiva aunque no exenta de dureza, una lectura que se sumerge en las verdades de la supervivencia y que logra, mediante lo ordinario, alcanzar lo extraordinario. Todo un descubrimiento esta historia evocadora y más que lúcida.
Comentarios
Un fuerte abrazo
Aníbal Campos
Eric