La música como liberación del ser y del pensamiento (reseña)

Cada libro que leo de Pascal Quignard me produce asombro por su erudición y por la elegancia que posee a la hora de plantear dicotomías sobre la existencia. El francés es una especie de encantador de serpientes o de flautista de Hamelín, es un trovador, una especie de maestre, un filósofo antiguo, un pensador nato, un fabulista extraordinario. Seduce como pocos su modo de narrar, de ahí lo de encantador de serpientes; y su prosa, muchas veces poética, te conduce por donde quiere, de ahí lo de flautista de Hamelín. 

No leí en su momento Butes cuando apareció en 2011 aquí en España, pero he tenido la fortuna de que la editorial Sexto Piso publique ahora la tercera edición de este libro que, como todos los de Quignard, te introduce en una especie de mundo onírico, o más bien te alecciona sobre un pasado mitológico que ha configurado en gran medida nuestro pensamiento.

Si en Las lágrimas Quignard ofrece un relato sobre el origen de la lengua francesa reflexionando sobre la propia función del lenguaje, en Butes parte del relato de este argonauta que saltó al mar cuando escuchó el canto de las sirenas, haciendo caso omiso a la música que interpretaba Orfeo intentando contrarrestar su efecto, para razonar sobre la música y su importancia en la historia de la humanidad.

Se sabe, por la mitología, y así lo refleja también el autor francés, que Butes, personaje olvidado, fue rescatado antes de perecer por Afrodita y llevado a Lilibea —la moderna ciudad de Marsala, en Sicilia—. No obstante, Quignard no se conforma con contarnos esta «simple» historia, no. Él va más allá, y contrapone la figura de Orfeo y su cítara con la figura de Butes, y lo hace para plantear, entre otras muchas cosas, una de tantas dicotomías que convierten este mundo en el que vivimos en paradoja y contradicción: el ímpetu contra la reserva, o lo salvaje versus el bienestar. Arriesgarse o permanecer en un falso estado de confort, vivir o simplemente ver pasar los días ante nuestra imperturbable mirada.

En este sentido, la música sirve de motor de vida, como un reactivo. «Allí donde el pensamiento tiene miedo, la música piensa», escribe Quignard, y habla de una música que sabe «perderse» y que no tiene miedo al dolor, una música experta en «perdición». Butes sube al puente y salta al escuchar ese canto celestial de las sirenas, se deja llevar por esa melodía que desata las pasiones. Toma una decisión, quien sabe si deliberada o no, pero al hacerlo se libera, aún a sabiendas de que ello le acarrearía la muerte. Pero, ¿qué es la muerte sino una especie de respiro del dolor e incongruencia que asola el mundo? La música como liberación, como un modo de resucitar como seres que afrontan el miedo de un modo mucho más tranquilos, conscientes de que, a veces, lo verdaderamente importante es romper con lo establecido.

Una vez más, Quignard me seduce con sus reflexiones y conocimientos, con su perspectiva de la cultura occidental, de nuestro pasado. Delicado, sutil, enriquecedor. Una obra maravillosa.  

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