Un paseo por los paisajes físicos y espirituales de Annie Dillard (reseña)

¿De qué sirve la importancia? Se pregunta Annie Dillard en uno de los textos que comprenden Enseñarle a hablar a una piedra (errata naturae). Y se contesta a sí misma: «La importancia es para la gente. Sin gente, no hay importancia. Es todo lo que tengo que decir». ¿A qué viene esto? ¿Qué sugiere con ello? Tras la lectura de esta serie de escritos, la sensación que obtengo es que Dillard aboga por una vida alejada del mundanal ruido, una vida en comunión con la naturaleza, mucho más simple dentro de su complejidad. Observación y aprendizaje, respeto y amor, cultivo y enriquecimiento intelectual. 

Dicen que Dillard es heredera de Thoreau en tanto que a través de sus relatos centra mirada en la recuperación de lo esencial, en ese volver a los orígenes de lo que somos, para cuidar, comprender y aprehender ese cosmos en el que vivimos y en el que existimos, y que debemos valorar por encima de todo, esa naturaleza que por desgracia es cada vez menos salvaje, y que está cada vez más corrompida por la acción humana —«Caballeros urbanitas, ¿qué os sorprende? ¿Que haya sufrimiento o que yo sepa que existe?», escribe—. Todo ello es evidente en cada uno de estos textos, en los que su poder de observación resulta sorprendente por lo evocador de sus paisajes físicos y mentales. 

Dillard reflexiona, y reflexiona mucho sobre la vida animal, su evolución —como el capítulo que dedica a las islas Galápagos—, y sobre el propio devenir del tiempo. Medita asimismo sobre la espiritualidad y el consuelo que uno halla en las creencias, si bien mantiene en ocasiones una distancia considerable, mostrándose escéptica o crítica —«Como pueblo, hemos pasado del panteísmo al panateísmo. El silencio no es nuestra herencia sino nuestro destino»—. Ella sabe, como sabía Thoreau antes que ella, que existe una vida mezquina, de valores falsos, y que para lograr esa paz de espíritu es necesaria la reconciliación con nuestro propio ser, reforzar ese vínculo con aquellas emociones y acciones que nos son connaturales.  ¿Cómo lograrlo? Puede que simplificando nuestras vidas, o puede que ampliando nuestros conocimientos. En este sentido, no es de extrañar que cite a Wallace Stevens: «La mente no puede quedar nunca satisfecha, jamás». Y es que, dice Dillard, «la mente quiere conocer el mundo y la eternidad en su totalidad». A ello se ha dedicado en cuerpo y alma la estadounidense, quien en su particular búsqueda ha viajado a algunos lugares remotos de nuestra geografía.

En esta selección de artículos, Annie Dillard nos conduce hasta el Polo Norte, la selva ecuatoriana, el estrecho del Pacífico, la cordillera de los Apalaches... Evoca recuerdos del pasado, vivencias, comparte su intimidad, nos confiesa algunos de sus secretos, es y está, ahí y en todas partes, procurando que a través de esa observación pausada, aquella que permite contemplar con delicadeza los detalles más sencillos de la vida, seamos partícipes de una visión poderosa, la visión de que existe una vida libre, ajena a las violencias y terrores del mundo que hemos provocado. Es esta una lectura que consuela. 

Comentarios

Entradas populares