La búsqueda voluntaria del desarraigo emocional (reseña)

Todo cuanto está relacionado con el concepto de la errancia, ese vagar sin rumbo que induce a la reflexión, me suscita un gran interés. La figura del flanêur, esa mística del paseante que todo lo observa de forma paciente, convirtiéndose en un explorador inquieto «en medio de lo fugitivo y lo infinito», me incita a emprender por mí mismo ese camino que, a priori, es solitario, pero que goza de una faceta mucho más acorde con la sociabilidad al ir encontrándose con otras personas, otros caminantes, compartiendo momentos que son también pequeños placeres de la vida.

Al llegar a mis manos Breve elogio de la errancia (Gallo Nero), de Akira Mizubayashi, pensé que iba a encontrarme con uno de esos relatos en los que el caminar fuera protagonista. Cuál fue mi sorpresa al comprobar que no era así, que esta especie de ensayo nada tenía que ver con el discurrir de las ideas y pensamientos que se propician al emprender esa marcha hacia ninguna parte. Mizubayashi habla de otra errancia, relacionada más bien con el sentido de no pertenencia a un lugar o un modo de pensar nacional —patrio— concreto. En este sentido, el ser errante tiene que ver con estar desplazado, fuera de lugar, una especie de apátrida en su propia tierra, alguien que quiere «desprenderse de las circunstancias de su existencia inmediata, de sus adhesiones preestablecidas», como él mismo indica. 

Para dar forma a esta idea suya de la errancia, de la necesidad de esforzarse para lograr una ausencia voluntaria de su «desarraigo querido, de distanciamiento activo con respecto a su medio», Mizubayashi se sirve por una parte de pequeños comentarios sobre cineastas icónicos, como puedan ser Akira Kurosawa o Masaki Kobayashi, y por otro del relato nacional que Japón hizo suyo tras la rendición en la Segunda Guerra Mundial. El profesor ahonda en la historia de su nación, en su tradición y costumbres, en su filosofía, para hilvanar unos pensamientos en los que critica el comportamiento pasivo y conformista de una sociedad que nunca se ha caracterizado por el individualismo, por la singularidad de cada uno de sus habitantes, sino, más bien, por una colectividad que puede ser peligrosa para sí misma al permanecer inactiva ante los caprichos e injusticias del poder.

Mizubayashi es un ser desplazado, vive en un estado de no pertenencia a pesar de haber nacido y vivir en Japón. Estudioso de Jean Jacques Rousseau, profesor de francés, para él resulta fundamental en ese intento por liberarse de toda atadura el idioma. La lengua, el espacio de la lengua, dice, «parece ofrecernos salidas, escapatorias, aunque sean ínfimas», porque uno no puede elegir dónde nacer, ni a qué familia pertenecer, pero sí puede, llegado el caso, la lengua con la que comunicarse y expresarse. «La lengua no es una propiedad privada», advierte, y es a partir de ahí, de esa elección, que se convierte, aunque sea provisionalmente, en un nómada, en alguien capaz de superar los prejuicios infundados por una tradición y unas circunstancias que, de algún modo, nos hacen prisioneros. Una lectura sugestiva y que te abre la mente. 

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