Un pausado relato sobre el transcurrir de la propia vida (reseña)

La vida ordinaria, la rutina, eso que llamamos la cotidianeidad, suele interesarnos más bien poco. Siempre estamos más interesados en vivir, ya sea de forma real o imaginaria, experiencias extraordinarias. Cuando leemos, por ejemplo, queremos leer aventuras, historias en las que existan emociones y sentimientos que rocen los límites de lo que creemos es habitual. Buscamos experiencias que nos trasladen a una esfera mucho más estimulante porque así es como se supone que se vive de verdad, de forma plena. O eso nos dicen. O eso cree la mayoría, sirviéndose de ese tópico literario, esa locución latina mal entendida casi siempre del carpe diem.

Vivir la vida es mucho más que extralimitarse. De hecho, existe una gran belleza en lo ordinario, en los detalles que conforman ese día a día que «nos aburre». Cualquier vida, hasta la más anodina, guarda secretos, esconde emociones y anhelos, aspiraciones. Toda vida sufre momentos de amargura y pesadumbre, de miedo e inseguridad, de grandes alegrías y placer... La vida, toda vida, cualquier vida, es un acontecimiento, y como tal hemos de valorarlo e, incluso, amarlo por igual. Es un ciclo, un viaje, una experiencia que supone mucho más de lo que imaginamos, pues cada vida produce un impacto, tiene un determinado sentido.

La desaparición de una adolescente en un pueblo de Inglaterra es el desencadenante de El embalse 13 (Libros del Asteroide), de Jon McGregor. El lector pudiera imaginarse que la trama de esta novela, finalista del Man Booker en 2017 y ganadora del Premio Costa 2017, se centraría en la búsqueda incesante de esa chica llamada Rebecca, o Becky, o Bex, que llevaba una sudadera blanca y un chaleco azul marino. Quizá McGregor nos sumerja en una especie de historia con tintes de novela negra, un misterio por resolver y nos invite a averiguar qué ocurrió, cómo ocurrió y por qué ocurrió. Pero nada más lejos. Pese a ser una desgracia, la historia de la joven es una más entre las historias de los vecinos de esa pequeña comunidad y el escritor nacido en las Bermudas lo que hace, precisamente, es fijarse en esas vidas ordinarias, en esos pequeños relatos y cotidianidades.

McGregor nos ofrece un retrato en conjunto de varios de los habitantes de esa población y en él observamos el transcurrir inexorable de la propia vida, una vida de juventud y de madurez, de nacimiento y muerte, de encuentros y desencuentros. He ahí la gracia de esta novela: narra el paso del tiempo, las complejidades de cada historia personal, esos pequeños hechos o acciones, o más bien esas decisiones, que conforman nuestro devenir; y lo hace hilando cada una de esas biografías de un modo un tanto caótico al principio, hasta que el lector se acostumbra al tempo, al ritmo impreso por McGregor en cada fragmento, donde los personajes van y vienen, donde sus historias se entrecruzan y donde aflora la esencia de la naturaleza humana. 

Es esta una novela coral, una radiografía anímica que va de lo individual a lo colectivo, una historia que son muchas historias, que son muchas vidas, que son la vida en su aparente sencillez. 

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