Knud Rasmussen y la cosmovisión del pueblo inuit (reseña)

Siempre me he sentido atraído por ese mundo crudo y gélido de los polos: el ártico y el antártico. Son lugares inhóspitos e inflexibles, extremos. La vastedad de esos paisajes níveos es una invitación para poner a prueba tus capacidades físicas y emocionales, llevándote a superar límites que jamás hubieras sido capaz de imaginar, o sumiéndote sin compasión en la locura. Quizá por todo ello, las figuras de los exploradores que rastrearon esas zonas de vientos glaciales me haya fascinado desde chiquito. Quizá, también, porque ellos simbolizan la búsqueda de una nueva épica, como la que protagonizara Ulises, un reto para con uno mismo.

Célebres son las hazañas de AmundsenShackleton y Scott por «conquistar» el Polo Sur, una carrera que les valió la gloria pero que conllevó las muertes de muchos de los tripulantes de sus expediciones e, incluso, las de ellos mismos. Existe, no lo niego, un elevado grado de romanticismo en estas proezas que más de uno considera simplemente claras demostraciones de estulticia. Esa idea fantástica ha estado alimentada por el afán de superación del ser humano y pese al riesgo que conlleva ha dado buena muestra de la necesidad que tenemos siempre de dar un paso más allá, de querer adentrarnos en lo desconocido.

En aquella época de exploraciones y grandes descubrimientos, en aquellos años de la conquista de los Polos, apareció otro aventurero que, al contrario de sus colegas, no ambicionaba ser el primero en llegar a ninguna parte. Me refiero al danés Knud Rasmussen, el primer hombre que atravesó el Paso del Noroeste —desde Groenlandia hasta el Pacífico— en trineo de perros, una auténtica proeza, aunque su pretensión no era otra que encontrar el origen del pueblo inuit. «A él le interesaban las personas», señala Blanca Ortiz Ostalé, traductora y encargada de la edición y el prólogo del libro Mitos y leyendas inuit (Siruela), una obra que recoge algunos de los relatos populares, místicos y fantasiosos, de los esquimales y que Rasmussen fue recopilando durante su periplo por esas tierras del norte. 

Rasmussen realizó su primera expedición en 1902 y aquella experiencia fue definitiva para su propia vida, ya que en los años posteriores, y hasta su muerte en 1933, se dedicó en cuerpo y alma al reconocimiento de la tierra que le vio nacer, Groenlandia, y al profundo conocimiento de las tradiciones de los inuit que, gracias a esta exquisita obra, podemos conocer mejor. Así, a través de la cosmovisión de este pueblo ancestral, enigmático y prácticamente desconocido aún hoy, somos partícipes de su particular imaginario, de sus creencias y su forma de vida.

El filólogo e historiador francés Georges Dumézil afirmaba que «un país sin leyendas se moriría de frío», y que «un pueblo sin mitos está muerto». Con los relatos que Rasmussen recogió en sus viajes y convivencias queda patente que el pueblo inuit es un pueblo que pese a las inclemencias, sigue vivo. En definitiva, estas narraciones que se transmitieron de forma oral logran explicar y entender el origen de una realidad más vasta, estableciendo vínculos entre lo terrenal y lo espiritual. 

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