La necesidad de orientarse, de reencontrarse uno mismo (reseña)

«No hay que fiarse demasiado de los lamentos de los desterrados, a menos que hayan tenido que abandonar el hogar empujados por las bayonetas», escribe Adam Zagajewski en esa maravillosa obra titulada En la belleza ajena (Pre-Textos). Ciertamente, si uno decide exiliarse de forma voluntaria, por su propio pie, se asemeja más a ese viajero sentimental del que hablaba también el mexicano Juan Villoro, aquel que deja que sea la vida la que se ocupe de las sorpresas, y no deberíamos sentir compasión o compartir el sufrimiento que le acompaña si ese desarraigo es obligado. No obstante, hay que pensar que, en ocasiones, ese destierro del hogar lo produce la curiosidad o la necesidad por reconocerse en otro lugar, y es en esos casos en los que resulta inevitable ponerse en su lugar, sentir cierta empatía, porque todos, absolutamente todos, en un momento dado, hemos sentido ese impulso por querer sabernos otro, por ser capaces de saber si en otras circunstancias y alejados del confort de lo conocido seguimos siendo realmente nosotros mismos.

La protagonista de Diario pinchado (las afueras) viaja a Berlín desde su Argentina natal para encontrarse, a priori, con su pareja, un poeta que disfruta de una especie de beca o residencia. La ilusión del reencuentro, esa emoción por volver a ver y sentir a esa persona con la que has decidido compartir tu vida, con todas sus alegrías y pequeñas miserias, pronto se convierte en una ligera decepción para ella pues ve que, en realidad, la distancia ha hecho mella y ya no ocupa el lugar que creía le correspondía en ese «nuevo mundo» creado por él. Ser consciente de ese desplazamiento, que es a su vez una especie de abandono, resulta chocante, hasta el punto de sumirla en una ligera desesperación. Ella ya no es ella, no en Berlín, no con él, no como creía. Asimilarlo, asumir este hecho es, qué duda cabe, un contratiempo en esa vida que ya creía estaba más o menos planificada y que ahora se ve resquebrajada en pedazos, al igual que su propio yo. Los interrogantes crecen poco a poco, las dudas se tornan certezas y es por ello que debe tomar la decisión de reencontrarse, de volver a tomar las riendas de su vida. ¿Lo conseguirá?

Mercedes Halfon ha ideado esta historia sobre la identidad y el amor (o desamor) de una forma singular, sirviéndose de ese formato de dietario personal en el que hilvana los pensamientos de esa mujer que necesita orientarse, orientar su vida y encauzarla nuevamente. A lo largo del libro ofrece esas pinceladas propias de una turista accidentada pero curiosa, una observadora de todo cuanto sucede a su alrededor, en las calles, bares y parques de Berlín. Ese testimonio de lo geográfico se va alternando, entrelazándose sutilmente, con ese otro de carácter más personal, íntimo e introspectivo en el que se cuestiona todo, e incluso a sí misma, y es ese retrato el que nos interpele, pues toda su incertidumbre es o ha sido alguna vez la nuestra, de ahí que, contradiciendo a Zagajewski, nos fiemos de ella, de su relato, porque resulta verdadero. Soledad y reencuentro, extrañamiento y luz. Halfon destila elegancia e inteligencia en esta pequeña historia que es, en realidad, una historia universal.

Comentarios

Entradas populares