Un amor sin esperanza alguna, turbio, demoledor (reseña)

La sexualidad sigue siendo un tema complejo de abordar. No nos atrevemos a hablar explícitamente de ello, o nos cohibimos hasta límites insospechados. Hablar sin tapujos sobre nuestro cuerpo y todo cuanto esté relacionado con él se nos antoja extraño, incluso indigno, cuando, en realidad, todos tenemos un cuerpo y una sexualidad que lo afecta. Solemos censurarnos, reprobarnos hasta el punto de considerar que estas cuestiones, que son naturales, y estos pensamientos, que son lícitos y normales, son tabú, y todo ello por las convicciones morales heredadas por un conservadurismo que ha negado casi siempre lo que estaba más allá de «lo correcto». Queda aun un largo camino por recorrer en el ámbito de la educación emocional y sexual, y más teniendo en cuenta que ambas tienen una influencia directa en cuanto a la salud física y mental se refiere.

Si ya siendo personas adultas nos cuesta compartir o explicar las experiencias que comprenden el acto sexual o la energía vital que se desprende de nuestra relación con el cuerpo —tan el propio como el ajeno—, cuando se es niño o en la época de la adolescencia todo se vuelve más confuso —y peligros también— porque al ser nuevo resulta incomprensible. Es tal el caos que se produce, que uno se siente perdido, desubicado, incluso cree que algo malo le sucede. Así, esa experiencia, que debería ser única y liberadora —supone una especie de emancipación—, se torna en ocasiones traumática.

En Primavera sombría (Pepitas de Calabaza), Unica Zürn presenta el breve relato de una niña que empieza a descubrir lo que es la sexualidad y el amor, si bien en su caso, ese descubrimiento es un tanto perturbador. La fascinación por un padre al que idolatra, el odio hacia una madre y un hermano que traspasa los límites forzándola, arrancándole su inocencia de forma denigrante. Es este un relato que incomoda, en el que se confunde ese amor platónico con lo enfermizo y la obsesión por lo prohibido, donde se fantasea con prácticas un tanto sadomasoquistas, experimentando la niña cierta excitación y satisfacción sexual mediante el sufrimiento y una desesperación que sobrevuela todo el relato —en un momento la narradora llega a decir, a decirnos: «Solo aquel que ame sin esperanza alguna amará eternamente, y siempre lo hará»—.

Hay violencia en este texto de Zürn, una violencia contenida o quizá no del todo explícita, pero mucho más peligrosa, puesto que la atmósfera que poco a poco se va generando es cada vez más turbulenta y asfixiante. La obstinación de la niña por sentirse amada y por intentar comprender qué es el amor realmente, provoca que esa experiencia que debiera ser enigmática, única e intransferible se vuelva un periplo hacia la locura, hacia la muerte.

Existen muchos abismos a los que asomarse en este libro y en los que poder caer al vacío. No hay posibilidad de salir ileso, no hay escapatoria. Zürn lo sabía cuando lo escribió, es la evocación de su propia infancia. El delirio y el trauma se asocian con el sexo y el amor, lo placentero se vuelve doloroso y la esperanza que una niña debiera tener en el despertar de su vida, inexistente. 

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