Una cena con don Alfredo

Sabía, por algunas entrevistas y lecturas, que Alfredo Bryce Echenique posee un preciado don: el buen humor. Comprobar que esto era cierto, ‘in situ’, fue una experiencia de esas que no se olvidan fácilmente, al menos, durante un tiempo. Compartí mesa con este escritor de exquisita ironía. Bueno, más bien, babeé al lado de una de las plumas más inteligentes, narrador con mayúsculas, de la literatura latinoamericana, creador de obras como Un mundo para Julius, La vida exagerada de Martín Romaña o No me esperen en abrilCada comentario de don Alfredo era una pequeña joya. Hablamos de su Lima natal; de su llegada a un Madrid en la década de los 60 del siglo XX y en la que, según él, todos se llamaban “Paco”; de la actual situación política peruana; de sus amistades con otros ilustres como Carlos Bousoño; de su amada estancia parisina… Hablamos de todo y nada. Y es que tuve el privilegio de ver a un Bryce Echenique más cercano, sin el traje de conferenciante y/o profesor. Tuve el honor de escuchar fragmentos de una vida repleta de palabras que han creado y crean historias singulares que hacen las delicias de numerosos lectores. Y doy las gracias a Charo Gutiérrez --de la asociación Amics de la Natura y responsable de la presencia del autor peruano en Castellón-- por este premio en forma de invitación a una cena que, aún hoy estoy procesando, ya que un simple y cobarde mortal como yo nunca ha creído estar a la altura en tales situaciones. Pero lo estuve, o eso creo.
Estreché la mano de don Alfredo y le di las gracias por una velada en la que pude ver el otro lado del escritor. Un honor para un soñador como yo.

«Mi humor no es un dardo envenenado sino una forma de observar el mundo»


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