Creer en lo absurdo para evitar caer en la indignación (Columna de opinión)

Aparentar ser lo que uno no es. Vivir una mentira. Creerse mejor que la mayoría. Humillar. Carecer de cualquier atisbo de humildad. Mis conexiones neuronales me alertan cada vez que alguien, llámese político o zoquete, abre la boca para balbucear palabras sin sentido sobre el devenir de la humanidad. No soy tan majadero e inocente como para no darme cuenta de que todos los calculados movimientos, llevados a cabo en la vida política, son continuas cortinas de humo que buscan desviar la atención del ciudadano de a pie. ¿Tan difícil es de entender? ¿Por qué no reconocer públicamente que se han equivocado? ¿De qué tienen miedo, de perder ese “poder” que deberían aprovechar para hacer el bien común en vez de jugar a las casitas?
Esa maquinación --porque no tiene otro nombre-- sirve para distraer, y uno ya está cansado de interpretar el papel del tonto del pueblo. El absurdo, gran amigo mío, haría aquí su entrada triunfal. Humor, sarcasmo, ironía... son las claves de mi mundo irreal y creo que deberían cobrar mayor protagonismo ante tanta patraña, por el bien de todos. Solo así podremos ver la vida con otros ojos, mucho menos rabiosos. Sin llegar al histrionismo, es muy fácil adentrarse en el mundo de lo absurdo a través de la literatura. Gracias a la imaginación de muchos escritores, la realidad se torna menos aciaga y, por tanto, mucho más atractiva y apacible.

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