Poderosos cuentos sobre la frustración (reseña literaria)

“El gato ha vuelto a bailar por su cuenta”. Esta frase, extraída del relato Cazadores de zorros de Breece D’J Pancake, bien podría servirnos de guía para ahondar en la psique de este autor que pudo alcanzar una cima muy alta dentro del panorama literario norteamericano y, por ende, mundial, porque ya se sabe que la literatura estadounidense del siglo XX es una de las más ricas y profundas que han habido al contar con autores de la talla de los Scott Fitzgerald, Mailer, Vidal, Roth, Updike, McCarthy...
Poco se sabe de aquel hombre que, como describe John Casey --albacea del legado de Pancake-- en la presentación de Trilobites (Alpha Decay), “era grande, huesudo, con los hombres algo caídos. Tenía el aspecto de alguien que ha trabajado duro a la intemperie”. Siempre resultan atractivos --no sé si por puro morbo, la verdad sea dicha-- aquellos personajes que por desgracia abandonaron este mundo antes de lo previsto. Pancake tenía 27 años cuando se suicidó. “Si no fuera católico, me plantearía divorciarme de la vida”, escribió. Finalmente, consiguió divorciarse de forma física pero no intelectual y/o espiritual. Esa claridad de pensamiento, buen humor y talento quedarán grabados en la memoria de aquellas personas que un buen día decidieron leer esas historias mordaces con un cierto toque de melancolía, donde la realidad se muestra tal cual es, cruda y sin condiciones de ninguna clase.
Los doce relatos de Trilobites permiten al lector viajar hacia esa América rural que no suele aparecer en las grandes historias de Hollywood, esa América rudimentaria donde la frustración y la desesperación son el pan nuestro de cada día. Debo reconocer que al principio me costó captar la esencia de la potente y necesitada literatura de Pancake. Sin embargo, a medida que leía un relato y pasaba al siguiente y al siguiente y al siguiente, ansiaba más. Necesitaba subirme a una de esas camionetas destartaladas y viajar por esas carreteras del dolor, necesitaba ser partícipe de esas escenas triviales que encerraban una profunda carga emocional, necesitaba conocer a Ginny, compadecer a Buddy o flirtear con Lucy en la cafetería dejándole una buena propina. Estos doce cuentos, a mi modesto parecer, van in crescendo haciéndonos ver que la condición humana sigue siendo un misterio por resolver. Pero, ya se sabe, “el gato ha vuelto a bailar por su cuenta”.



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