Metáforas que ahondan en nuestra debilidad (reseña literaria)

Leí en una entrevista que Fabio Morábito decía algo como que: "Un escritor es el que, en rigor, no sabe escribir. Nadie sabe escribir, pero un escritor es el que se da cuenta y convierte eso en un problema". ¡Y qué problema! Siempre he pensado que el acto de la escritura sirve para exorcizar los miedos del que escribe, para revelar inseguridades sobre el papel o plantear dilemas que le sumen en un constante juego de contradicciones. Al plasmar todo ello es como si te alejaras de todo ello, como si esas incógnitas y rompecabezas que poblaban tu mente ya no te pertenecieran; un acto de fuga en toda regla que te permite respirar hondo y seguir batallando contra la incertidumbre para, así, dar paso al asombro con mayúsculas.
Afrontar esa problemática interna que nos caracteriza --como seres humanos, se entiende-- desde la escritura, no necesariamente debe ser un tormento, por más que en ocasiones la vergüenza asome por un costado o la lujuria haga acto de presencia o qué sé yo. Y digo esto porque el propio Morábito juega con las metáforas para desnudar, en parte, la humanidad, en una serie de relatos que he tenido oportunidad de leer con sumo agrado en La lenta furia
Nueve son, en total, los textos que recopila este libro, publicado por la editorial argentina Eterna Cadencia, en el que el autor nacido en Alejandría (Egipto), de padres italianos pero mexicano desde su adolescencia --trotamundos, sí--, lleva a cabo un incisivo análisis de ciertos miedos, dramas y virtudes, debilidades. Un niño que sale a la calle a jugar con otro al que no tiene en alta estima; un joven que se aburre en una verdulería y busca consuelo comiendo helados; madres en celo que trepan árboles; un matrimonio convencido de que todas las sirvientas son unas ladronas, lo cual, les excita desaforadamente; un extraño pueblo del que parece imposible poderse marchar nunca; una extraordinaria, por no decir extraña e incluso maniática, familia compuesta por generaciones y generaciones de traductores; un hombre que se ha especializado en la huída, buscando siempre cualquier vía de escape; un padre aburrido de su trabajo de oficina que busca un nuevo sentido a su vida paseando con su hijo y explorando obras. Estos relatos tienen un alto grado de fantasía, de portentosa imaginación. La prosa de Morábito resulta delicada, elegante, transparente. Convierte fácil lo difícil, pues son relatos de gran complejidad --su contenido-- que uno lee con placer. 

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