Palabras que son misterio, que son revelación (opinión)

Escribe Eduardo Halfon en El ángel literario (Anagrama, 2004) lo siguiente: "Como escritor, sospecho que toda persona que decide incursionar en el mundo de las letras, sin duda, sin duda alguna, debe tener un momento específico de génesis literaria". Halfon se obsesiona --él o el personaje ficcionado de sí mismo-- por encontrar ese momento primigenio en el cual uno decide dedicarse a plasmar pensamientos, preocupaciones, deseos y aspiraciones sobre un papel; todo ello a base de letras, puntos y comas. Al leerlo, me contagié de su inquietud, la hice, en cierto modo, mía. No era de extrañar, por tanto, que me preguntara cuándo fue, cuándo tuve claro que garabatear grafismos sería lo que más sorpresas y alegrías me llevaría en esta vida, aunque también algunas penas, decepciones y estrés. ¡Ay, la vida!
No podría asegurar el momento preciso, pues dudo exista un momento preciso en mi iniciática escritura. Yo, al contrario que muchos otros seres avezados en las letras, de pequeño no leía, o leía apenas. Las lecturas obligatorias me fastidiaban. Todo lo obligatorio me fastidiaba realmente. Aun hoy. Leer y escribir, se supone un todo, una misma cosa. Yo esto no lo supe, o no fui consciente o no quise prestarle la suficiente atención cuando chico. No obstante, a pesar de mis no lecturas, a pesar de todo, sí escribía. Cosa rara, ¿no? Siempre preferí expresarme mediante la palabra escrita. Me divertía y protegía al mismo tiempo --"la escritura me protege", decía Perec--. La palabra tiene algo de misterio, algo de revelación. Lo dice todo y no dice nada. Engaña y conmueve. Quizá por eso me guste tanto, aunque solo emita/escriba balbuceos. 

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