"Matar las horas", con la palabra (opinión)

El tiempo. Vencer al maldito tiempo. Ganarle la partida al paso constante e inexorable de las horas. Sueño de todos, consuelo de nadie, de tontos quizás. No podemos combatir el sigiloso y a veces sobrecogedor ciclo de la vida. Y sí, dicen que el tiempo es relativo, que arrastra lo liviano, que suele "dar dulces salidas a muchas amargas dificultades", en palabras de un tal Cervantes. Aun con todo, nunca nos pertenece, no como quisiéramos. Y sufrimos por ello, pues tomamos conciencia de nuestras limitaciones. Somos una mera huella y solemos abandonarnos a una "dulce y misteriosa vaguedad", según leí que decía Scipio Slataper en Mi Carso (Ardicia). Entonces, ¿qué nos queda? 
Ben Hamper dedicaba sus horas muertas a escribir para sobrevivir a la fábrica de ensamblaje de la General Motors, en Flint, Michigan. Sabemos también que Witold Gombrowicz escribiría su obra Transatlántico en su puesto de trabajo en el Banco Polaco de Buenos Aires, ocultándose de su jefe y compañeros. Sus casos no son los únicos. Pero, ¿cuál es su nexo? La palabra, sin duda. "Sin palabras, el hombre es sólo un sueño de hombre", puede leerse en De cabo roto, una de las primeras obras de Eduardo Halfon
A pesar de que el tiempo se escape de nuestras manos, de no poder retenerlo y, finalmente, desaparecer, el ser humano insiste en dejar su impronta. A eso vinimos al mundo, creo, a ser más que un sueño, a ser ALGUIEN. 

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