Los diarios, un refugio emocional (opinión)

Registrar nuestros pensamientos, nuestras inquietudes o, simplemente, anotar algo que nos resultó curioso, anecdótico. Los diarios personales, como ese cuaderno de color verde que acompaña a Sergio Chejfec y que él mismo considera «un talismán equívoco», suelen ser un refugio emocional para quienes rellenan sus hojas. Uno escribe en sus renglones creyendo que nadie, nunca, leerá esos textos embrionarios. Dicho de otro modo, el diario o cuaderno, como los 327 que lleva completados Ricardo Piglia desde que cumpliera los 16 años, es un lugar privado, sagrado. No resulta fácil compartir algo tan íntimo, puede inhibir al autor de esas palabras, incluso avergonzarlo, puesto que son pruebas textuales sin pretensión alguna, recuerdos fragmentarios o reflexiones sin demasiada coherencia, a priori. Cuando uno escribe en su diario, escribe una idea inicial que puede ser retomada más tarde, o permanecer en el olvido. No hay una regla fija al respecto, cada cual hace lo que se le antoja, por algo es un lugar exento de ataduras o normas lexicográficas, como podemos observar en el momento en que un autor decide hacer público ese mundo privado que, a la postre, nos resulta tan enigmático. El lector de esos diarios puede asombrarse o extrañarse al ver la caligrafía, los tachones o borraduras..., algo que en las redes sociales, diarios personales del siglo XXI --o mejor dicho, morada del egocentrismo y voyeurismo absoluto--, resulta del todo impersonal. Y así nos va. 

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