Los libros, la oportunidad de viajar, ser y sentir (Especial Sant Jordi 2017)

En el primero de los relatos de Dame tu corazón (Gatopardo), de Joyce Carol Oates, la protagonista, una mujer enferma que le escribe una carta a un antiguo amante —el doctor K.—  para reclamarle su corazón, uno lee: «Los libros son apariencias astutas». No pude evitar detener mi lectura. ¡Qué afirmación! Le di vueltas y más vueltas en mi cabeza, y pasado un tiempo que nunca supe determinar, creí entender. En los libros habitamos temporalmente, durante el proceso de lectura. Nuestra mente se desprende de nuestro cuerpo, iniciamos un viaje, una especie de viaje astral, y somos capaces de vivir en cualquier época, en cualquier otro cuerpo y cualquier otra mente. Cada libro es distinto, de ahí que sean apariencias astutas, capaces de mutar a su antojo —de continente y contenido—, pero cada libro es una oportunidad de ser y sentir, de conocer y conocerse —y autorreconocerse—.

Los libros también son nuestra memoria y conciencia, pues en ellos encontramos «nociones de progreso, comprensión de la cultura y el civismo, explicaciones de cómo y por qué las grandes culturas y civilizaciones entran en declive, teorías de la historia», como bien daban a entender los libros que Chimen Abramsky y su esposa, Miriam, fueron coleccionando a lo largo de su vida convirtiendo su casa en La casa de los veinte mil libros (Periférica), esa casa que su nieto, Sasha Abramsky, recuerda con cariño, esa casa que «crecía libro a libro, estante a estante, habitación a habitación».

Hay en los libros, en todos y cada uno de ellos, mundos perdidos, inventados, evocados. Hay libros que inspiran y son inspirados, libros extravagantes, curiosos, minuciosos, libros que invitan a un diálogo con el universo o que incitan a la risa o al odio. Tal es su poder, el poder de la palabra, del lenguaje y de la mente. Alberto Giacometti solía decir que jamás conseguiría poner en un retrato toda la fuerza que posee una mente. Esa fuerza, fruto de la extraordinaria capacidad que tiene el ser humano de imaginar, es algo que los lectores, lo buenos lectores, los exigentes, creo que poseen. A ellos me dirijo.

Celebramos Sant Jordi, el Día Internacional del Libro, y lo hacemos recomendando una serie de lecturas sorprendentes. Son lecturas, en su mayoría, que logran introducirse hasta el tuétano y que resultan prácticamente imposible sacarlas de ahí —tampoco es que uno quiera sacarlas de ahí—. Son lecturas intensas, bien por su historia, su planteamiento, su juego con el lenguaje, su innovación... Ninguna deja indemne al lector, lo cual significa que son libros que siempre les acompañarán. Un libro que no se olvida es un auténtico regalo, un verdadero símbolo de la amistad, fiel y siempre dispuesto a velar por nosotros —aunque nosotros no actuemos del mismo modo—.

Para empezar, me parece oportuno mencionar al escritor colombiano Álvaro Cepeda Samudio, amigo de Gabriel García Márquez, el hombre que, según el propio premio Nobel confesó en un artículo allá por 1981, le dio la solución final de ‘Crónica de una muerte anunciada’ poco antes de morir. A Cepeda apenas le conocemos. Falleció, como tantos otros, demasiado pronto, y no tuvo oportunidad de gozar de ese ‘boom’ latinoamericano, a pesar de ser, muy probablemente, uno sus impulsores. La Casa Grande, que ahora recupera La Navaja Suiza, nos permite conocer a un autor mayúsculo, un escritor que apostó por la innovación, como bien demuestra en este libro en el que narra (¿narra?) la masacre de las bananeras, ocurrida en Colombia en 1928.

Si hablamos de innovación literaria, o renovadores de la tradición literaria, imposible obviar la figura de William Gaddis, quien ofrece su excepcional inteligencia para realizar una de las críticas más sugestivas de cuantas se hayan hecho sobre la sociedad estadounidense —la suya— en La carrera por el segundo lugar (Sexto Piso). Un consejo: lean todo Gaddis.

Otro William, en este caso William Carlos Williams, debía aparecer en estas recomendaciones gracias a la excelente edición de su poesía reunida que publica Lumen. Poeta modernista, está considerado uno de los  más innovadores y admirados. La lectura de versos como «Ninguna derrota es enteramente una derrota, pues / el mundo que abre es siempre un sitio / hasta entonces / insospechado», impacta, conmueve, apasiona. El estadounidense fundó en cierto modo un nuevo idioma y expuso, también, otra forma de ver el mundo.

La figura de Rudolph Wurlitzer parece que poco a poco va penetrando en los sellos editoriales de nuestro país. Underwood ha publicado la primera novela de este autor que difícilmente podemos etiquetar. Se trata de Nog, un relato marcado por su estilo deliberadamente desarticulado y a veces contradictorio, muy propio de la psicodelia, una especie de novela psicotrópica que no sabes muy bien cómo, te arrastra. Por su parte, Tropo acaba de sacar a la luz Zebulon, su quinta novela, y otro viaje emocional o místico que toma forma de un western atípico.

De viajes o viajeros con ideas un tanto alocadas (en apariencia) se podría definir El turista desnudo (Gatopardo), de Lawrence Osborne. El autor británico emprende un periplo por algunos rincones del planeta que poco a poco el ser humano ha ido transformando en una terrible caricatura de sus propias fantasías. Es decir, reflexiona sobre la imposibilidad de viajar a cualquier lugar que no se haya prostituido, de un modo u otro, en aras del capitalismo enfurecido.

Y de viajes geográficos, pasamos a viajes en el tiempo, pero a un tiempo no muy lejano y a un mundo que marcó la vida de generaciones y generaciones de alemanes. Nos referimos a esa historia que Brigitte Reimann escribe en Franziska Linkerhand (errata naturae), a esa República Democrática Alemana en la que ella vivió y que supo retratar como pocos, un país y una época en construcción estructural y emocional, identitaria. Si la lectura de La verde luz por las estepas ya me cautivó, este relato de una mujer joven de familia burguesa que busca encajar en ese mundo dividido, también lo ha logrado, y con creces. Una de las grandes novelas alemanas de la posguerra, sí o sí.

Con Canción dulce (Cabaret Voltaire), Leila Slimani se alzó con el prestigioso Premio Goncourt el pasado año. Y tal y como me reconocía Pere Cervantes, es una novela potente, que verdaderamente capta toda tu atención. Quizá su estilo directo, incisivo, hasta incluso tenebroso, logren tal efecto en el lector, que asiste a un thriller en el que una niñera delirante va a la deriva y que le sirve a Slimani para revelar algunos de los problemas de la sociedad actual, con su concepción del amor y de la educación, del sometimiento y del dinero, de los prejuicios de clase y culturales.

Seguimos en Francia, seguimos con una autora única, la autora que, dicen, «escribió lo prohibido». Marguerite Duras fue, qué duda cabe, una de las escritoras que supo navegar a solas, con una capacidad para recrear sensaciones en medio de espacios inmensos que le dejan absorto. Y pocos encuentros puede haber más poderosos y apasionantes como el que protagonizan Duras y Alejandra Pizarnik —como traductora en La vida tranquila (Mardulce), lo cual, como bien afirman, «ya vuelve incomparable a este libro». Esta novela está considerada como el texto en que Marguerite Duras encontró su voz propia, su estilo inconfundible, hecho de violencia poética y de una mirada impasible sobre los acontecimientos, de una reflexión profunda sobre el amor y el desamor, de lazos que se rompen y secretos que se guardan para siempre. Demoledora, necesaria y asombrosa, al igual que el relato que Eduardo Halfon ofrece en Saturno, una nouvelle que publicó en Guatemala en 2003 pero que aquí en España permanecía inédita hasta que Víctor Gomollón, de Jekyll & Jill, esa rara avis editorial, apostó por ella creando así un libro de elegante y austera presencia que combina a la perfección con el poderosísimo texto del que es una de mis mayores debilidades literarias.

En Saturno, Halfon se sirve de un hombre, de un escritor, que ansía la aceptación de un padre que le niega tal reconocimiento, que se avergüenza en cierto modo, que no cree que ser escritor valga para mucho. Y por eso Halfon habla de la muerte del padre, de la necesaria muerte del padre para poder crecer, para poder convertirse en escritor. Este texto es una especie de llanto, fascinante, a la par que complejo y doloroso, pero extraordinario.

Para terminar con nuestra recomendaciones literarias para este Sant Jordi, una rareza: Filosofía viva. La ecofilosofía como un árbol de la vida, de Henryk Skolimowski. Acostumbrados nos tiene Atalanta de publicar tesoros intelectuales, de pensamiento. Este es uno de ellos, y se centra en la importancia de la ecología en un mundo que maltratamos, de lo cual se podría deducir que la ecología es o debería ser considerada como una cuestión política crucial de nuestra época. Skolimowski ofrece una visión filosófica renovadora del mundo que abarca desde la cosmología hasta la conciencia. Una lectura que enriquece, que invita a la reflexión.

Vidas plenas, impredecibles, fascinantes. Oscuridad y desconsuelo, instantes infinitos y retratos capaces de mover algo en nuestro interior. Todo eso, y más, se puede encontrar en cada página de un libro. ¿No es, acaso, emocionante?

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