El inteligente diccionario que se burla de todo y de todos (reseña)

Arthur Power, conversando con el mismísimo James Joyce, le discutía a éste que la falta de humor era «justamente lo que ha impedido que la novela inglesa alcance el nivel que merecía». Joyce le contestaba preguntándole que qué había de Swift o Bernard Shaw, y Power le replicaba diciendo que ninguno de los dos era novelista, a lo que, acto seguido, el autor de Ulises respondía: «Novelistas o no, pienso que hay algo de inhumano en un escritor que no tiene sentido del humor». El humor, la risa, son necesarios para el ser humano, y son necesarios en la literatura. Quien diga lo contrario, miente.

No pocas veces vuelvo a Adam Zagajewski y su libro En la belleza ajena (Pre-Textos). Es un fondo de sapiencia y erudición, no hay duda. Allí, el autor polaco decía que, en ocasiones, «la risa es precisamente la respuesta a la perfección del arte». Yo así lo creo, pues en la risa, en provocarla, debe existir un ejercicio intelectual muy complejo que pocos, muy pocos, saben desarrollar a la perfección. De entre los autores que han sabido hacer del humor y todos sus derivados un verdadero arte debo mencionar a Ambrose Bierce, el inigualable Ambrose Bierce.

Considerado por muchos como el humorista más amargo de la literatura, el más ingenioso, hay quien lo ha descrito también como una persona ácida, amarga, sádica, pesimista, rebelde... Yo, sin embargo, veo en él a un visionario, alguien con la mirada clara, capaz de desenmascarar la hipocresía reinante en un mundo que ha sido siempre, es y será, pasto de los embusteros e inmorales.

Para llevar a cabo ese ejercicio de denuncia, Bierce se sirvió siempre del cinismo y la sátira, elevando ambos conceptos a su máxima expresión, tal y como podemos comprobar con la que es su obra más conocida, ese Diccionario del Diablo que ahora Libros del Zorro Rojo vuelve a editar con una selección y traducción de Marcial Souto y, lo que me parece extraordinario, las ilustraciones de ese otro genio llamado Ralph Steadman, al que adoro profundamente.

Sabemos que este singular diccionario se originó a finales de 1868, cuando Bierce trabajaba como director del News-Letter y creó la columna «The Town Crier» (El pregonero), donde se encargaba de «azotar» a políticos e hipócritas. No obstante, no sería hasta 1881 que usaría por primera vez el título Diccionario del Diablo, cuando sus definiciones satíricas poblaban las páginas de la revista semanal Wasp. Con el paso de los años, su creación pasó por otras cabeceras, como el Examiner de W. R. Hearst, hasta que finalmente, en 1911, se llegaría a publicar la edición definitiva de este incisivo glosario en el que Bierce se burla de todo (o casi todo) y de todos (o casi todos). Imposible no reírse con sus definiciones, imposible no postrarse ante los pies de un autor que fue capaz de crear un mundo alternativo con tal lucidez e inteligencia. Una auténtica genialidad. 

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