El auge y desgraciado declive de Zelda y Scott Fitzgerald (reseña)

La vida —truncada, desgraciada, próspera, exitosa, de ensueño...— de algunos autores parece superar con creces la ficción que sus mentes llegaron a crear sobre el papel. Muchos de ellos fueron presa de sus propios miedos internos, se vieron incluso desbordados o no supieron enfrentarse a las expectativas creadas en torno suyo. En la década de los años 20 y 30 del pasado siglo XX algunos se convirtieron en seres mediáticos, encarnaban todo el esplendor de una época que brillaba y vibraba con las estrellas de cine, una época de derroche y frenesí, de fiestas interminables y alcohol por doquier. Pero no hay que olvidar un aspecto que, a la postre, es esencial: seguían siendo humanos, a pesar de creerse dioses de un Olimpo construido a base de tinta y papel, de focos y trajes de mil dólares; seguían siendo humanos, con sus delitos y faltas.

Entre los autores de la llamada Generación Perdida, como así los definió Gertrude Stein, el que quizá encarne mejor ese papel de escritor de fama y esplendor fuera Francis Scott Fitzgerald, autor de obras que supieron plasmar la era del jazz, esos dorados años 20, como El gran Gatsby o A este lado del paraíso. Era apuesto, inteligente, sociable, enamoradizo... Poseía un don innato para la escritura, una técnica única capaz de crear el relato perfecto. No obstante, Fitzgerald luchó siempre contra sí mismo, como bien refleja Pietro Citati en La muerte de la mariposa (Gatopardo), contra sus demonios internos que afloraban siempre gracias a una adicción al alcohol que nunca fue capaz de superar.

Citati retrata con precisión el auge y decadencia del escritor y de quien fuera su esposa, la célebre Zelda Fitzgerald (Zelda Sayre), mujer apasionada y excéntrica que siempre era el centro de atención de las fiestas y reuniones. Ambos personificaban el ideal de una época de extravagancias y glamour, y es por ello que asistir a su declive, como pareja y también como seres humanos, resulta, cuanto menos, sorprendente. La tensión entre ambos, sus disputas y problemáticas incapaces de superar, el alcoholismo de él y la esquizofrenia de ella... Todo lo que en un principio representaba la perfección, al menos a simple vista, era, en realidad, un mundo roto, quebrado. «Toda la vida de Fitzgerald fue una grieta», nos dice Citati, y cuesta imaginarlo o mejor dicho uno no quiere ni pensar que dos seres que irradiaban tal belleza fueran dos seres condenados de algún modo fruto de las carencias, renuncias, abandonos, fracasos, humillaciones... Scott y Zelda se hirieron mutuamente, se amaron y se odiaron, se rompieron en mil pedazos y nunca supieron recomponerse.

El presente texto ofrece un acercamiento fidedigno de aquellos días, de la génesis de unas vidas desgraciadas que, finalmente, han logrado convertirse en mito, vidas impregnadas de alcohol y llanto, de episodios de locura y celos, de literatura que nacía desde las mismísimas entrañas. 

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