El testimonio íntimo de un descenso hacia la locura (reseña)

El amor, como concepto universal, suele ser entendido como un sentimiento positivo, ansiado. Todos queremos sentirnos amados, pues ello supone una sensación de bienestar fuera de lo común. En el contexto filosófico, dicen, el amor es una virtud que representa todo el afecto, la bondad y la compasión del ser humano. Es, qué duda cabe, un sentimiento poderoso, pasional e íntimo. ¿De veras es así?

Existe una delgada línea que separa el amor del desamor, es algo que no podemos controlar, y cuando se produce esa fractura, todo se vuelve inconsolable, hasta el punto de poder conducirnos hacia la locura, quién sabe si transitoria y parcial o total. Esto de amar, de amarnos, sigue siendo un misterio, como lo demuestra la fragilidad real del ser humano ante ese rechazo o desilusión, ante ese cariño marchito, pausado o extirpado. La artista y escritora Leonora Carrington sufrió en sus propias carnes, en su alma, ese desengaño, aunque en su caso fue provocado por unas circunstancias extraordinarias, como fue el estallido de la II Guerra Mundial. 

Años antes, en 1937, estando ella en su Inglaterra natal, en Londres, conocería a Max Ernst, artista de referencia dentro del movimiento dadá y del surrealismo. Fue una relación, la que mantuvieron ambos, fogosa y muy compleja, pues él era 27 años mayor y estaba casado, cosa que provocó la desaprobación del padre de Carrington como era lógico. A pesar de ello, la pareja se reencontró en París y pronto se fueron a vivir al poblado de Saint-Martin-d’Ardèche, en una casa de campo que adquirieron en 1938. Fueron momentos de júbilo y felicidad, qué duda cabe. Una felicidad, no obstante, con fecha de caducidad, al ser Ernst considerado enemigo del régimen de Vichy y encarcelado en un campo de concentración. Eso ocurriría en 1939, y ante tal situación, Leonora sufrió una desestabilización psíquica. Ante la inexorable invasión nazi, se vio obligada a huir a España, vía Andorra, y por gestión de su padre, tras permanecer en Madrid un tiempo, fue internada en un hospital psiquiátrico de Santander. 

En Memorias de abajo (Alpha Decay), Carrington narra, a modo de diario, ese internamiento trágico, y lo hace con un lenguaje que raya lo poético; un texto no exento de los delirios propios de una mente que en aquel entonces sufría, una mente convulsa que anhelaba un refugio que en ese sanatorio no iba a encontrar. Leonora comparte su sufrimiento, lo trasladó al papel para, de algún modo, deshacerse de ese horror que supuso la locura y también para intentar olvidar los terribles procedimientos de los que fue objeto.

Son páginas, estas, duras por su precisión y por la lucidez con la que describe sus estados de enajenación, aunque resulte paradójico esto que digo. Testimonio profundo y de una extraña belleza el que ofrece esta artista que guardó una marca indeleble a partir de entonces y que afectó de manera decisiva su obra posterior. 

Comentarios

Entradas populares